Eso afirma en su titular un reportaje
que publica un periódico hoy mismo. No lo hacen contra ningún consejero
madrileño que pedía hace unos días construir abanicos de papel para combatir el
calor asfixiante de estas últimas semanas de curso; lo hacen contra la
metodología tradicional en la enseñanza, pegada a los libros, a los temas, a
los exámenes, a los currículos y a toda la batería de normas que la legislación
y la administración establecen y vigilan.
En el reportaje se hacen cruces y
presentan los datos como si fueran de ahora mismo y estuvieran descubriendo la
venida del espíritu. Qué torpes. Es verdad que el grueso de los educadores, y sobre
todo de los centros, se ha movido en un sistema tradicional y pacato, pero
desde siempre ha habido profesores que han echado su cuarto a espadas, han roto
la baraja y han jugado su propia partida. Hay mucha literatura y mucho estudio
serio al respecto; hay también muchos métodos de enseñanza que empujan en
direcciones diversas; y hay mucha gente que sencillamente no se entera de casi
nada. No seré yo el acusador porque tendría que darme golpes de pecho e
imponerme penitencias a mí mismo en primer lugar.
El asunto me sugiere tantas
consideraciones…
Sean cuales sean las mismas, y dando
cabida a cualquier argumento, lo cierto es que hay mucho que mejorar. Y que
merece mucho la pena hacerlo: nos jugamos el presente y el futuro en ello, y no
hay mejor inversión ni más productiva que aquella que se realiza en la educación.
Recuerdo un viejo esquema que he
desarrollado hace ya muchos años y que se resume así: a) ¿Es verdad que
desarrollamos todas las potencialidades en los alumnos: conocimientos,
actitudes, habilidades…? Supongamos que sí, que ya es suponer. b) ¿Realmente
evaluamos bien el proceso educativo y clasificamos con certeza a nuestros
alumnos? Dicho de otra manera más grosera y escueta: ¿Las calificaciones corresponden
con exactitud a la suma de elementos evaluados? Complicado, pero démoslo por
bueno. c) El mercado social recompensa de la misma manera y ofrece los puestos
de más “responsabilidad” a aquellos que el sistema ha dicho que están mejor
preparados y que se han esforzado más. Ni por asomo: a veces da la impresión de
que la norma es precisamente la contraria. Pero seamos benevolentes y pensemos
que sí. d) Si todo esto realmente discurriera por los caminos más positivos
(esto no se lo cree nadie), ¿no estaríamos realmente contribuyendo a reproducir
en la comunidad las diferencias, los desajustes, las desigualdades y las
injusticias que ya existen y que nos llenan de enfado y de rebeldía? O sea, ¿no
estaríamos sencillamente reproduciendo el mismo sistema, con los mismos
defectos que tal vez queramos corregir?
Que las metodologías se rebelen, que
las actitudes cambien, que todo se cuestione y se preste a la mejora. Siempre
mejor en grupo que individualmente, pues esta segunda forma está casi condenada
al fracaso y al sufrimiento. Pero que todo esté al servicio de formar seres críticos
y solidarios, comprometidos con la justicia y con la dignidad de los seres
humanos, sea cual sea su capacidad. Lo demás podría quedarse en un artificio.
Y, para escaparates, ya tenemos todo el calendario.
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