Leo un artículo de Javier Marías en
el que expresa su falta de entusiasmo por la figura literaria de Gloria
Fuertes. Y leo también reacciones muy diversas ante esta opinión.
El caso de Gloria Fuertes no es más
que un ejemplo concreto. Yo coincido con la opinión de Javier Marías, por más
que cada día me siento con menos fuerzas para juzgar el trabajo y la creación
de nadie y prefiero la alabanza o la discreción del silencio antes que la
crítica negativa, sobre todo en terrenos tan pedregosos como el de la creación
poética.
Mucho más me interesa la reflexión
acerca del canon literario, porque afecta no a este caso particular sino a
todos, también, por ejemplo, al del enjuiciador Javier Marías. ¿Existe
realmente? ¿Cuál es? Porque, si existe, sería bueno definirlo hasta donde se
pueda y atenernos a él. Entonces sí que sabríamos si algo merece las alabanzas
o las críticas. No creo en la existencia de tal canon; sí en algo que se le
aproxima y que viene definido por las opiniones de personas generalmente
reconocidas en el manejo de técnicas y sentimientos que, mezclados, nos dan un
resultado llamado obra literaria. Pero, ¿quiénes son esas personas reconocidas,
de “reconocido prestigio”? ¿Quién les ha otorgado ese reconocimiento? Ojo, que
tal vez se lo hayan concedido solo los estratos oficiales y académicos, tantas
veces lejos de la realidad creativa y de la actividad a pie de obra.
Uno cree tener ya bastante camino
andado y miles de libros a la espalda de la lectura. También muchos cientos de
páginas poéticas escritas y publicadas en los vaivenes del viento y muchas más
de prosa reflexiva. He de reconocer que, a estas alturas, no sé realmente
definir qué es poesía. Y eso que creo ya al menos reconocer qué no es poesía. No
me parece poco. Por eso me cuesta tanto emitir juicios que puedan parecer
demasiado categóricos. Tal vez porque mis conocimientos y mis saberes no den
para más, o quizás porque, en realidad, no es certero ser tajante en estos
berenjenales.
Puede que sea cierto aquello de que “para
gustos se hicieron los colores”. Tampoco me convence tal aserto pues parece que renunciamos a encontrar un hito
seguro, un indicador preciso, una guía orientadora que nos aporte alguna luz,
para no dejarlo todo al dictado del gusto más inmediato. Y ahora recuerdo -una vez más- aquella imbécil expresión de que
“hay que respetar todas las opiniones”. No, no, lo que hay que respetar es a
todas las personas, pero no todas las opiniones; muchas por impositivas, otras
por faltas de rigor, no pocas porque proponen cosas que no vienen a cuento.
Dicho lo cual, un poema de Gloria
Fuertes, en según qué contextos, resulta muy reconfortante. Yo mismo voy a leer
alguno ahora mismo.
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