AQUELLAS DIOSAS BLANCAS
Hoy me salté las reglas y el glosario
que componen el código y el frío.
Con las primeras luces hice alarde
de ser un caminante hacia la playa.
Dejé bajo mis pies, en una fosa,
todo lo que compone mi memoria
y fui niño otra vez y virgen todo
para beber la luz y derretir la niebla.
Las olas y la arena eran infantes
jugando a consumar sus ilusiones,
y rizándose el pelo en ida y vuelta
se alisaban la piel en las orillas.
Unas lindas (b)vacantes, distraídas,
se dejaban lamer por esa brisa
que despiden las aguas y que reza
una pasión de amor sobre sus cuerpos.
Eran horas de paz y, en compañía
de aquellas diosas blancas,
el sol era un destello y era un dardo
de atractivo calor, de complacencia.
Dejé rozar mi piel por la caricia
que me mandaba en guiño el horizonte
y me quedé olvidado de mí mismo,
nadando sin parar hasta perderme
en medio de las olas y los cuerpos
de aquellas diosas blancas
que alargaban el mar hasta mi orilla.
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