En pleno siglo veintiuno andamos aún rompiéndonos la cabeza
para encontrar espacios delimitados en los que tratar de organizar socialmente
la vida de las comunidades. Tal sucede incluso en el país más antiguo de
Europa, esta vieja piel de toro llamada España. Y esas energías propias o
extrañas nos quitan del espejo las otras variables que, de no suceder eso,
deberían ser el frontis en el que mirarnos y desde el que tratar de desarrollar
esos ejes esenciales. Yo siento que mi vida se me ha ido entre los sinsentidos
de la banda de gudaris que no parece haber salido aún de las cavernas, y esta
otra obstinación en señalar sujetos de soberanía distintos a los que señala
nuestra ley de leyes (eso son fundamentalmente los nacionalismos). Estoy hasta
el cogote y más arriba de ello; creo que mi vida vale algo más y no puedo
comprender que todo haya que jugarlo a esta carta del enfrentamiento. Y mucho
menos cuando el que quiere retirarse de la mesa común es el rico y el más pudiente:
en la economía, porque es real; en la inteligencia, porque se predica y se
anuncia como si de mesías se tratara. Qué barbaridad.
A mí me gustaría que las comunidades se ocuparan más de tener
claras cuáles son sus bases de convivencia y que las desarrollaran para
beneficio de todos. De todos. Y me parece que, con estos atracones
nacionalistas, se nos velan en los otros niveles (estado, regiones, provincias,
ciudades…), esos principios básicos de convivencia.
No son muchos, ni siquiera difíciles o complejos. Son la base
en los países de cultura occidental; y, aunque todo es mejorable, no parece que
sean los peores. No creo que puedan ser muy distintos a estos tres:
a)
Representación
parlamentaria y constitucional. Es verdad que no es una democracia directa,
pero sí corrige los posibles excesos cada cierto tiempo y criba y selecciona
decisiones.
b)
Una
orientación claramente social de la libertad de comercio. Seguramente este sea
el elemento que presenta más difíciles fronteras. No estaría mal que no perdiéramos
de vista que la riqueza tiene unos límites claros y que tampoco se puede hurtar
el derecho y el deber de cada uno a buscar medios de supervivencia.
c)
El
último sería el de asegurar un mínimo vital a todos y cada uno de los miembros
de la comunidad. Ahí está la sanidad, la educación, los salarios mínimos… Es lo
que llamamos asistencia social.
No conviene llenarnos de preceptos. Pero estos pocos no
podemos olvidarlos ni un solo instante. Todo tiene que ser desarrollo e
implementación de los mismos.
Alguno adivinará en este simple esquema una visión socialdemócrata.
Y no estará muy desacertado. Ya se ve, viejas fórmulas según algunos; recetas
de la abuela, dirán otros. Puede. Es verdad que según apretemos en la
interpretación nos saldrá una socialdemocracia u otra. Es verdad. Y hay que
andar muy vigilantes para no descafeinar los conceptos.
Pero olvidarnos de ellos es mucho peor pues es desvirtuar la
realidad y engolfarnos en peleas y en discusiones que agotan y en poco o en
nada mejoran la vida de la gente.
De nuevo, y por camino interpuesto, mira por dónde, se vuelve
a la ideología. Pues claro, tonto, ¿qué te habías creído?
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