Reviso estos días algunos de los volúmenes que he ido
construyendo a lo largo de los años. ¡Son casi una veintena y cada uno guarda
varios cientos de páginas! Si lo mido en volumen, me sale una cantidad
superlativa. Creo que, con razón, puedo decir que, parafraseando aquel título
de José Hierro, en ellos se relata casi todo lo que sé de mí.
Tengo sin encuadernar los últimos y ya es hora de que agrupe
y suelde de alguna manera todo lo que anda por ahí suelto; mucho, casi todo, en
esta ventana.
Y le he puesto la velocidad automática del corrector que
incorpora el ordenador. Estoy seguro de que quedarán restos impuros en palabras,
también existentes pero no deseadas en el contexto, y otras lacras. No me
preocupa demasiado. He sido corrector de textos durante toda mi vida; no
obstante, ahora remoloneo con los míos y predico algo en lo que creo: lo importante
son las tendencias, no los aciertos o los errores concretos y aislados.
Hay, sin embargo, hechos que, cuando se repiten demasiado, se
fijan en la vista y en la mente y vuelves sobre ellos como si de algo
extraordinario se tratara. Me ha pasado en la última corrección. El corrector,
en azul chillón, me iba resaltando con frecuencia la necesidad de usar una coma
como signo de puntuación después del conector adversativo pero. Lo hace
porque, por mi cuenta, lo uso según los casos y de acuerdo con la fuerza que yo
quiera darle a esa adversidad. De tal
manera lo hago, que a veces no escribo coma, otras veces la escribo, y otras
veces separo con punto y coma y hasta con punto.
f) Se escribe coma ante
las oraciones coordinadas adversativas, es decir, las introducidas por pero, mas, sino, (que) y aunque. Hazlo si quieres, pero luego no digas que
no te lo advertí. Así reza la regla de la Gramática oficial. Lo sé.
Pero (ahora he escrito punto) me rebelo contra la lucecita
del ordenador y no le hago caso aunque quiera pintarme la cara y ponerme rojo.
La regla quiere ser general, pero (ahora he escrito coma) tiene que someterse
al valor del contenido. Y la suma de esos contenidos se oponen en diversas
intensidades. No hay gramática sin semántica, y, menos, ortografía. Por si
fuera poco este esbozo, sumémosle el valor del estilo y ya queda todo hecho una
duda; que no es lo mismo que un caos.
Así que este es el pero de los peros. Pero en ellos andamos y
en ellos seguiremos.
Podría parecer algo sin importancia; sin embargo, afecta a
toda una manera de entender y de conformar la realidad en la escritura y en la
expresión oral, y, sobre todo, la unión y la relación de todos los elementos
que la componen.
No es mucho, pero, al menos para huir del diluvio de Cataluña.
Que no deja de ser otro pero, y gordo.
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