domingo, 7 de enero de 2018

EL MEJOR PROPÓSITO


Ha nevado en abundancia. Hacía mucho tiempo (no sé cuántos años) que no cuajaba una capa de nieve en esta ciudad estrecha como la que se ha almacenado durante el día de ayer y la mañana de hoy. Sigue nevando en copos finísimos que parecen querer almidonar aún más el paisaje. A ver qué queda en lo alto de la sierra porque estas nevadas de frío no son las más abundantes en las alturas. Ojalá que el lomo de la loba almacene capa suficiente para muchas jornadas y para muchas cosas.
Veo jugar a los niños en la plaza y en la calle Nogalera, intentando descensos en trineos improvisados o formando un muñeco de nieve que ya coge altura. Me complace verlos tan contentos. Un coche intenta salir por la pequeña cuesta que lo lleva a la calle más amplia y se las ve y se las desea para conseguirlo. El cielo sigue gris y no parece que la tormenta haya pasado del todo.
Yo, después de la marcha de mis nietos, me he instalado también en el ambiente gris y tristón que me deja su ausencia. Pero siempre que ha llovido ha escampado, así que a dar tiempo al tiempo y a dejar que luzca el sol.
La monotonía, a veces la dulce monotonía, te devuelve a esa reiteración en la que el ser humano se vuelve a reconocer a sí mismo, como un animal de costumbres que es; a la  repetición de actos en una geografía y en unos tiempos reconocibles. Somos así, necesitamos la novedad y no podemos prescindir durante mucho tiempo de nuestro ritmo vital más normal y frecuente.
Cuando comienza el año, solemos imponernos alguna meta, algún cambio visible para la nueva etapa. Y ahí están los gimnasios, las vacaciones, esos cigarrillos de más, aquella excursión que nunca acaba de cumplirse, el cambio de costumbre, o quién sabe qué cosas que son de cada cual. Después, al cabo de unas semanas, volvemos la vista atrás y no siempre andamos en el camino que nos habíamos propuesto.
Me parece algo digno de aplauso eso de planificar algún cambio que creemos favorable para nosotros. Al fin y al cabo, para algo servirá la inteligencia y este no es mal uso de la misma.
Pero, al lado de estas buenas intenciones, tal vez deberíamos proponernos una meta que parece menos espectacular aunque creo que es más productiva y personal. Se trata sencillamente de VIVIR, de sentirnos vivos en cada momento y en cada día que nos vaya regalando el calendario. Vivir es un regalo y un milagro, ser conscientes de ello significa multiplicar esa vida y hacerla intensa y sabrosona, sencillamente humana, irrepetible, milagrosa y única. Vivir es ya ser dioses y aceptar el milagro es convertirnos en seres señalados por la vara del misterio.
Vendrán días de nieve, acaso la sequía se muestre pertinaz o el calor apriete en el verano, nadie sabe qué de bueno o de malo nos espera entre las páginas del calendario de este nuevo año, ni siquiera si lo vamos a poder leer por entero. No pasa nada, eso no depende de mí, ni de ti ni del otro. Sí está en mis manos y en tus manos hacer que cada página abierta sea luminosa y dulce, algo más un retrato de justicia o un rato de impostura y de tristeza.
Así que me despojo de ese gris que se ve tras los cristales y de ese otro de la ausencia de mis nietos y me voy a pensar en la alegría, esa alegría del nuevo año que se tejerá día a día, en sus días y en mis días.

Vamos a ello.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Qué reflexiones tan realistas, tan bellas y tan sensatas!

mojadopapel dijo...

Despójate de todos los grises.