Ha nevado en abundancia. Hacía mucho tiempo (no sé cuántos
años) que no cuajaba una capa de nieve en esta ciudad estrecha como la que se
ha almacenado durante el día de ayer y la mañana de hoy. Sigue nevando en copos
finísimos que parecen querer almidonar aún más el paisaje. A ver qué queda en
lo alto de la sierra porque estas nevadas de frío no son las más abundantes en
las alturas. Ojalá que el lomo de la loba almacene capa suficiente para muchas
jornadas y para muchas cosas.
Veo jugar a los niños en la plaza y en la calle Nogalera,
intentando descensos en trineos improvisados o formando un muñeco de nieve que
ya coge altura. Me complace verlos tan contentos. Un coche intenta salir por la
pequeña cuesta que lo lleva a la calle más amplia y se las ve y se las desea
para conseguirlo. El cielo sigue gris y no parece que la tormenta haya pasado
del todo.
Yo, después de la marcha de mis nietos, me he instalado
también en el ambiente gris y tristón que me deja su ausencia. Pero siempre que
ha llovido ha escampado, así que a dar tiempo al tiempo y a dejar que luzca el
sol.
La monotonía, a veces la dulce monotonía, te devuelve a esa
reiteración en la que el ser humano se vuelve a reconocer a sí mismo, como un
animal de costumbres que es; a la repetición de actos en una geografía y en unos
tiempos reconocibles. Somos así, necesitamos la novedad y no podemos prescindir
durante mucho tiempo de nuestro ritmo vital más normal y frecuente.
Cuando comienza el año, solemos imponernos alguna meta, algún
cambio visible para la nueva etapa. Y ahí están los gimnasios, las vacaciones,
esos cigarrillos de más, aquella excursión que nunca acaba de cumplirse, el
cambio de costumbre, o quién sabe qué cosas que son de cada cual. Después, al
cabo de unas semanas, volvemos la vista atrás y no siempre andamos en el camino
que nos habíamos propuesto.
Me parece algo digno de aplauso eso de planificar algún
cambio que creemos favorable para nosotros. Al fin y al cabo, para algo servirá
la inteligencia y este no es mal uso de la misma.
Pero, al lado de estas buenas intenciones, tal vez deberíamos
proponernos una meta que parece menos espectacular aunque creo que es más
productiva y personal. Se trata sencillamente de VIVIR, de sentirnos vivos en
cada momento y en cada día que nos vaya regalando el calendario. Vivir es un
regalo y un milagro, ser conscientes de ello significa multiplicar esa vida y
hacerla intensa y sabrosona, sencillamente humana, irrepetible, milagrosa y
única. Vivir es ya ser dioses y aceptar el milagro es convertirnos en seres
señalados por la vara del misterio.
Vendrán días de nieve, acaso la sequía se muestre pertinaz o
el calor apriete en el verano, nadie sabe qué de bueno o de malo nos espera
entre las páginas del calendario de este nuevo año, ni siquiera si lo vamos a
poder leer por entero. No pasa nada, eso no depende de mí, ni de ti ni del
otro. Sí está en mis manos y en tus manos hacer que cada página abierta sea
luminosa y dulce, algo más un retrato de justicia o un rato de impostura y de
tristeza.
Así que me despojo de ese gris que se ve tras los cristales y
de ese otro de la ausencia de mis nietos y me voy a pensar en la alegría, esa
alegría del nuevo año que se tejerá día a día, en sus días y en mis días.
Vamos a ello.
2 comentarios:
¡Qué reflexiones tan realistas, tan bellas y tan sensatas!
Despójate de todos los grises.
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