jueves, 16 de agosto de 2018

BUMERÁN



Qué cansino se puede volver todo si nos dejamos llevar por la aparente paz de la rutina y no le buscamos alicientes. Después, nos sacan de ella y ya no somos nadie y andamos despistados y como idos. Es como si la realidad se hubiera detenido y no tuviera chispa ni atractivo.
Hay otra forma peor que la rutina para escapar del roce de la vida y de esa identidad que nos persigue. Se trata de dejarse llevar por la corriente, de dar por bueno todo o casi todo, de enfrascarnos en una realidad feble y facilona, de no molestar al que levanta el cuello para así no tener ningún disgusto, de ensalzar y poner en escenario cualquier cosa que parezca buenista y que no roce para no hacer herida a según qué colectivos.
Estamos en agosto y los medios parece que no tienen plato que echarse a la boca. Si prende una noticia, ya tiene su glosa asegurada para medio mes. Como si en realidad no sucediera nada por el mundo si no es aquella cosa. Y mira que la gente sigue viviendo por las calles, sigue yendo a la compra, paga como puede sus facturas, cobra como otros meses lo que cobra, se muere de calor, se echa la siesta… Quiero decir que la vida sigue su curso y hay mucho de lo que ocuparse para rebozarlo en las conciencias de los ciudadanos.
Pues no hay forma de hacerlo. Se impone descansar de las molestias, se obliga a ver la vida en color rosa y todo se diría que anda al ralentí y en calma chicha.
Hay casos que se estiran cuatro pueblos en el mundo especial de las noticias. Cuando tal cosa pasa, asistimos atónitos a ver cómo se adula y se exagera, se falsea el sentimiento y se salta la valla de la credibilidad. En ese momento, se produce el cambio de dirección y lo que era sujeto de catarsis o de compasión corre el peligro de convertirse en algo cargante y fatigoso, se transforma en bumerán. En este país, que cada día se me antoja más fallido, sucede con frecuencia.
Un caso de ahora mismo lo confirma. Mañana se rendirá homenaje a las víctimas de un brutal atentado terrorista producido hace un año en Cataluña. Honrar a cualquier muerto dignifica; repudiar la violencia es algo humano; rechazar cualquier acto en nombre de algún dios no lo discuto. En fin, hágase todo en su recuerdo.
Pero llevamos casi dos semanas de foto y reportajes acerca de aquel crimen tan horrendo; conocemos ya casi todos los detalles; nos han dado al milímetro la hora y los espacios; andamos a la greña a todas horas con la conveniencia o no de que asistan no sé cuántas representaciones; lo vamos a televisar en directo para que nadie se lo pierda; pasaremos el día compungidos; esconderemos pitos y desafectos que se producirán… Dicho de otra manera, que parece que no hay otra cosa en que pensar en esta piel de toro.
Y es que da la impresión de que no importa hacernos cansinos y repetitivos con tal de no molestar a algunos colectivos y de mostrar dedicación y entrega incondicional por el hecho de que tal o cual cosa se haya producido en este o en aquel espacio de este país. Me refiero, en este caso, por supuesto, a Cataluña.
Cuando se manipula la información a través de la exageración y de la repetición innecesaria de los hechos (aunque estos sean verdaderos), se consigue con frecuencia el efecto contrario al buscado y hasta se llega a provocar el desafecto de la gente que no quiere ser manipulada de esa manera. Es, al menos en mí, el efecto que produce. No es fácil tratar estos asuntos pues son muy maleables y el terreno del afecto y de los sentimientos se puede malinterpretar muy fácilmente. Pero no denunciar los peligros que tiene, aun a riesgo de equivocarse, por supuesto, me parece peor que lo primero.
También las noticias se manipulan por su repetición innecesaria y constante. Lo mismo que sucede por silenciarlas y no dar cuenta de ellas. La primera fórmula se suele pasar por alto, como si no existiera; con la segunda se nos llena la boca todo el día. Y las dos son igual de peligrosas.
El recuerdo ha de ser para las víctimas. Lo demás es mejor no menearlo. Ay los medios.

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