DE IDA Y VUELTA
¿Soy uno, soy distinto, soy el mismo?,
me pregunto mirando
las caras de sorpresa de los otros.
¿He cambiado de ayer a esta mañana?
¿Qué miran en mi piel y en mis palabras
los que pasan al lado por la calle?
Casi nadie conoce
ni siquiera las letras de mi nombre.
¿Cómo puedo pedir su compasión
si ignoran los afanes que me ocupan
y a qué he salido al medio de la plaza?
Si abro mis brazos, lo que abrazo es aire;
si abro mis labios, lo que siento es frío.
Tengo que conceder, por ser honrado,
que me ocurre tres cuartos de lo mismo
cada vez que me mezclo con la gente
que puebla con sus cuerpos las aceras,
las calles y los parques y los bares.
Confieso que no siento
demasiado entusiasmo por saberlo,
pues, cuando por azar me acerco a ellos,
me sueño tan lejano y tan extraño,
que raudo me refugio -perdonadme-
en cualquier pensamiento improvisado.
Allí propongo calma a mi desasosiego,
echo cuentas, deduzco y considero
lo complejo y difícil que resulta
conjugar el plural y al mismo tiempo
rondar en soledad toda una vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario