Asisto durante toda la semana a las proyecciones de la XXII Semana de
Cine Español en el Teatro Cervantes de Béjar. Escasa puntualidad, bastantes
espectadores, selección de películas revisable.
En general, se suelen seleccionar películas españolas de directores
jóvenes. No me parece mala idea pues suelen incorporar miradas directas y menos
atemperadas sobre los asuntos que plantean. Seguramente mi conciencia necesita
un agitado de vez en cuando, como para no quedarse parada y buscando demasiados
perfiles a las cosas. Pero no sé si la mejor forma es esta.
Se me ha producido cada noche una mezcla extraña de sensaciones. Al
desparpajo admirable de la señora Salmerón en Muchos hijos, un mono y un castillo no le veía más que un fondo de
mujer privilegiada, un poco bastante vacía de coco, con una vida regalada y con
unas confidencias de final de vida y a toro pasado. Así cualquiera. Y encima a
quedar bien ante los demás y como mujer guay.
Más terreno de salvación encontré en El
autor, aunque con situaciones límite que no sé muy bien cuál es la realidad
que representan.
El pastor, obra de ambientación castellana, y armuñesa por más señas, rezumaba
muchos rastros de Delibes y no pocas gotas de casticismo y elementos trágicos
de Unamuno. Pero es que ni ese pastor admirable existe como tal, ni juegan
todas las variables que la vida normal y real ofrece. De ese modo, se me queda
un sabor agridulce en la garganta ante un tema que tanto me gusta y que con
tanta frecuencia me llama a contemplarlo y a pensarlo. Tampoco pienso que la
meseta castellana, esa ara gigante que mira al cielo, sea tan gris y amenazante
siempre, aunque esta vez intenta ajustar con el clima de tragedia de la obra, y,
si se cargan la tintas en la historia, habrá que hacer otro tanto en el paisaje
que la alberga.
Selfie es el largometraje que más me ha llamado la atención. Y no en todo de
forma positiva. Muy buena la elección en la forma de presentación, con una cámara
de seguimiento continuo y el relato directo del protagonista. También el
balbuceo continuo y lo que eso representaba como crítica formal y de contenido.
Pero si el protagonista era imbécil al principio, no lo era menos al final; si
sus formas eran insoportables cuando era y ejercía de pijo social, no lo era
menos cuando reclamaba un puesto en otros ambientes social y políticamente tan
distintos. Me parece que la crítica se ha de hacer de manera más oblicua, menos
directa y exagerada. Creo que así resulta más eficaz y no se vuelve, desde la
exageración, contra el que la formula. Porque la realidad es la que es, claro.
Pero en la derecha y en el PP no puede estar todo el mundo tan manchado en el
fondo y en las formas. Sería horrible. Y, aunque los acomodos sociales y los
comportamientos suelen ir de la mano en las formas y en los fondos, sigo pensando
que el arte exige siempre la presentación de la realidad de manera más sutil y
menos descarnada. Por cierto, y como nota de mal pensado, ayer, ante una película
que se sabía que no dejaría en buen lugar las ideas de los miembros del equipo
de gobierno del ayuntamiento, nadie apareció por el escenario a sacarse ninguna
foto como las demás noches. Casualidad.
Hoy cerraremos con El olivo. Ya
la conozco. Tengo mejor opinión, pero creo que incurre en los mismos excesos.
Los cortos que se han proyectado tienen otro comentario, pues en ellos sí
que, o presentas lo esencial, o te quedas sin tiempo. Por ello quizás merezcan
un poquito más de comprensión. No me apetece decir nada acerca de los dos del
primer día, que pretendían descripciones de Béjar, para no desatarme en
disparates e improperios. Una cosa es ser bejarano, otra bejaraui, y otra lo
que allí se proyectó. Como para empadronarse en otro sitio. Otra vez será. A
ver si el que queda de Jesús Arana y sus naturalezas me resulta más soportable.
Seguro que sí: menos es muy difícil.
Creo que, en general, el corte generacional se nota y empuja a aprobar o
a desaprobar muchas de las creaciones. También en el cine. Si me cuesta más
emitir juicio acerca de elementos técnicos y visuales, me atrevo un poco más a
afirmar que el poso, el equilibrio y la voz creadora de cada cual se alcanza
con los años. Incluso creo que se puede asegurar que algunos tienen ese no sé
qué que dejan balbuciendo y otros apuntan a quedarse por el camino mientras
sedimentan, toman poso y abren camino en sus formas de crear.
Siga pues el empeño en estas semanas de cine, en las que habría que propiciar un poco más de participación de los espectadores. Para ellos están
hechas las películas y ellos deberían tener la última palabra.
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