COPLAS PARA RECORDAR
Cien rejonazos de luna
contra la frente del agua
pusieron la noche trágica.
El cielo entero lloraba.
Cuando los gallos cantaron,
la muerte ya lo llevaba
por los senderos del aire.
Las guitarras sollozaban.
Cuánta pena derramada
entre los juncos y el agua.
Desde el río a la montaña,
todos derramaban lágrimas.
Ya no será nunca el cielo
tan blanco como la plata,
porque la muerte se puso
del color de las naranjas.
Fue la muerte y fue la herida
la que apretó su navaja
contra el cuerpo de jazmines
y contra el filo de su alma.
Desde entonces no hay sonrisas
ni rumores en las plazas;
solo se escuchan los ecos
del odio y de las navajas.
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