jueves, 2 de agosto de 2018

UN RUEGO PARA DON QUIJOTE


             UN RUEGO PARA DON QUIJOTE            
La historia del caballero don Quijote tal vez no es otra cosa que un camino en descenso continuo desde el ideal y el entusiasmo hasta la realidad mostrenca y el pesimismo. En tal sentido, el inmortal libro no sería otra cosa que una tragicomedia desgarradora en la que se mezclan los ideales con los tropezones y las risas con las compasiones.
Anoté hace muy poco cuál es el momento en el que, según creo, don Quijote mide en igualdad y en paralelo con Sancho este doble plano de la ilusión y de la realidad pasada por los ojos de los sentidos. Era el momento del encuentro fallido con Dulcinea en forma de aldeana en hacanea. Se puede seguir un rastro interminable -yo no sé si consciente en el autor o tal vez fallido por mi parte- a partir de aquí y observar como todo se va suavizando hasta terminar con la vuelta al hogar.
Uno de estos momentos señalados, que forman mojón en estos dominios, se describe ya muy avanzada la obra, camino de Barcelona. Por delante han quedado todas las peripecias en los dominios de los duques y todos los engaños imaginables; tantos, que se me antojan demasiados para el desarrollo novelesco, pues casi forman un todo autónomo dentro del conjunto.
Se trata del capítulo LIX de esa segunda parte. De nuevo don Quijote ha sido molido por un tropel de toros bravos que, sin conmiseración, lo han dejado en el suelo maltrecho y malherido. Esta vez también le tocó la lotería de las pisadas y las coces a Sancho. Cuando se reponen del susto, “acudieron a la repostería de sus alforjas”, pero ninguno de los dos se atrevió a usar de ellas. Sancho no lo hacía por respeto a su señor; pero el comedimiento le duró un suspiro pues, enseguida, “atropellando por todo género de crianza, comenzó a embaular en el estómago el pan y queso que se le ofrecía”.
A esto, dijo don Quijote estas significativas palabras: “Come, Sancho amigo: sustenta la vida, que más que a mí te importa, y déjame morir a mí a manos de mis pensamientos y a fuerzas de mis desgracias. Yo, Sancho, nací para vivir muriendo y tú para morir comiendo (…) pienso dejarme morir de hambre, muerte la más cruel de las muertes”.
Al rescate moral y del ánimo tiene que venir Sancho, quien le invita a comer y a descansar sobre la verde y fresca hierba. A estas alturas de la historia, el caballero ya hace caso casi siempre al escudero.
Como se ve, los ánimos están muy bajos, la moral anda por los suelos y los entusiasmos decrecen y se ponen oscuros. Por si fuera poco, enseguida se encuentran con una venta a la que don Quijote ya no llama castillo, sino por su nombre; y se topan con la noticia del libro apócrifo que leen en la venta, y la rebelión de Sancho con la paliza correspondiente. ¡Dios mío, el escudero moliendo a palos a su señor, el caballero!: “Viendo lo cual Sancho Panza, se puso en pie y, arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido y, echándole una zancadilla, dio con él en el suelo boca arriba, púsole la rodilla derecha sobre el pecho y con las manos le tenía las manos de modo que ni le dejaba rodear ni alentar”. La vida al revés. Y luego los forajidos colgados, y el miedo y el descuido de las armas, y…
Demasiadas cosas y todas en la misma dirección, la del héroe derrotado que va sumiéndose en la realidad más inmediata y menos idealizada.
Confieso que a mí me da pena que esto suceda; que le suceda al caballero y que me suceda a mí en mi vida. Tal vez la vida sea un continuo caerse y alzarse. Tal vez también la edad y el tiempo pongan sobre los hombros de la persona tal carga que la haga doblar las costillas y la cabeza para mirar al suelo y para aceptar que la realidad nos condiciona y nos conforma, nos empuja y nos frena, nos hace más egoístas y menos comunitarios.
Por eso, tenemos que mantener al caballero en su armadura, en sus nobles ideales, encima de Rocinante y volando la ribera. No pueden morir los ideales y no podemos permitirnos el lujo de venirnos abajo en intentar siempre un acicate para empujar hacia un mundo menos malo.
Así que, ánimo, caballero, y adelante; no te caigas nunca del caballo y levanta la cabeza. Te necesitamos siempre.

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