En las últimas temporadas, suelo hacerme un par de chequeos médicos
en forma de análisis. A través de ellos puedo intuir el camino que van tomando
mi cuerpo y mi salud. A veces, los seres humanos sumamos a estos chequeos otros
de tipo mental, tantas veces imbricados y formando red con los físicos. Y otro
tanto hacen las comunidades. Ya viene
siendo tradicional que los representantes políticos den un discurso para sus
conciudadanos en el que resuman sus impresiones del año, casi todas positivas
para ellos, junto a algún reproche menor. El ejemplo más representativo es el
discurso del rey en Nochebuena. Confieso que hace años que no me llama la
atención y no lo veo. El resumen se puede hacer antes de verlo, con escasas
posibilidades de equivocarse en lo que va a decir.
Observo mundos paralelos, esos que parece que nunca se van a
encontrar, entre lo que veo cada día en la calle y lo que me transmiten los
medios de esos representantes. A pesar de mis reticencias poco escondidas con
los medios de comunicación, no puedo por menos de reconocer que algo de lo que
me hacen llegar se produce de verdad. Y lo que llega son los restos de un mundo
agrio y enfrentado, las brasas de un incendio en el que no hay más que
hostilidades y deseos de dejar al rival por los suelos, las señas de que este mundo
parece que se va a pique en cualquier momento porque vive al borde del abismo...
El mejor ejemplo de ello -pero no el único, claro- es el de las Cámaras
(diputados y senadores). No tengo por qué describir lo que todo el mundo puede
ver, y ve.
Sin embargo, hay otra España, y, sobre todo, otros españoles, que
no andan todo el tiempo a la gresca sino pensando en la mejor manera de
sobrellevar el tiempo, tanto en lo económico como en los social. Hay españoles
cargados de sentimientos y de buena voluntad, que mejoran el circulito en el
que se mueven cada día o al menos no molestan ni tienen en la mente montañas de
bruma ni designios eternos que nadie sabe a qué conducen.
Cualquier ejemplo nos puede servir de enseñanza. Valga este, por
las fechas en las que estamos. ¿Hay alguien que se acerque a un aeropuerto y
vea las escenas que se producen en los encuentros entre los que vienen y los
que esperan que no sienta que se le abren las carnes y que no tenga intenciones
de gritar que esa España también existe, que es real, numerosa y mucho más
confortable que la de estar tirándose los trastos a la cabeza? ¿Dónde están ahí
las divisiones territoriales ni los aplastamientos políticos ni los ganadores a
costa de los perdedores?
No me gustaría que nadie entendiera de mis palabras que la
actividad política no es noble y necesaria. Todo lo contrario: siempre la
defiendo y creo que la defenderé. Lo que suplico es que entendamos que hay
otras formas de practicarla, otras maneras de entenderla, y que la vida tiene
otras variables mucho más jugosas que las del enfrentamiento y las del rechazo.
Al fin y al cabo, si nos fijamos en un chequeo amplio, veremos que
este país tiene mucho que ofrecer en casi todo: clima, cultura, gastronomía,
esperanza de vida, risas, naturaleza… Y sobre todo personas, esa riqueza
superior a todas las demás, que tanto debemos cuidar y mejorar. Este es el otro
país, el más interesante. Y debería ser el más real.
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