Hace exactamente un
año, escribía las líneas que vuelvo a copiar. Pido disculpas por no añadir ni
quitar ni una coma. Los aciertos, si los hay, son los mismos; las
equivocaciones, si las hay, son idénticas. Estamos hablando de cosas serias y
no conviene banalizar. No soy profeta ni pretendo convencer a nadie; tan solo
aspiro, como digo tantas veces, al nivel del sentido común y de la buena
voluntad. En fin, ahí van las palabras de hace un año:
“2017-12-06 ME
CONSTITUCIONALIZO
Imagino a estas horas a los representantes
públicos celebrando, en los pasillos del Congreso, el día de nuestra
Constitución. En otros muchos lugares se habrá hecho o se estará haciendo algo
similar. Está bien. Yo echaré mi cuarto a espadas, como siempre en unas líneas
y, por tanto, de manera casi indiciaria.
Las leyes no abarcan la diversidad de la
vida, pero son necesarias como guía para una supervivencia satisfactoria.
La Constitución es la ley de leyes y a ella
hay que acudir en casos de duda y de divergencia.
La Constitución es un acuerdo de mínimos
entre las diversas maneras de ver la vida en una comunidad; por ello, nunca le
podemos pedir ni perfección ni que nos contente a todos y en todo.
Las sociedades cambian y se renuevan, las
generaciones incorporan a sus formas de vida y a sus escalas de valores nuevas
exigencias que antes no se consideraban tales. Por ello se habla de derechos de
primera, de segunda o de tercera generación. Eso pide la renovación de las
Constituciones cada cierto tiempo.
Nuestra Constitución fue elaborada, aprobada
y promulgada en unas circunstancias especiales: aquello que llamamos la
Transición.
Hasta el día de hoy han pasado casi cuarenta
años. Son muchos y las circunstancias son bien diferentes. El sentido común
pide que se revise nuestro código general.
Siempre parece más prudente un proceso de
renovación parcial, pausada y en algunos fundamentos que ir a un período
constituyente nuevo. Nuestra Constitución es homologable con las de los países
de nuestro entorno y yo no veo la necesidad de hacer borrón y cuenta nueva,
aunque todo se puede defender.
Si no sabemos ordenar y jerarquizar los
artículos de cualquier Constitución, iremos a un caos sin remedio. Por ello es
esencial empezar por delimitar los territorios y los sujetos de soberanía. La
situación actual bien lo demuestra. En este sentido, tanto valen los argumentos
centralizadores como descentralizadores, siempre que se manifiesten con razón y
buena voluntad. Pero hay que empezar por ahí y dejarlo muy claro.
Si una Constitución no se basa en unos
principios ideológicos precisos, tampoco tendrá una exposición clarificadora.
Los apartados y artículos no pueden ser más que el desarrollo de tales
principios.
¿Cuáles pueden ser esos principios? ¿Acaso
otros diferentes de los de libertad, igualdad y solidaridad?
No se entendería que las modificaciones
constitucionales no se realizaran si no es para incorporar nuevos derechos para
los ciudadanos y para asegurar una sociedad abierta, civil y cosmopolita.
Algunos principios en los que profundizar
para incorporarlos como derechos constitucionales: Derecho a la salud
universal; La discapacidad y la dependencia; El Estado laico; La separación
clara de poderes con cambio de nombramientos; Los derechos y deberes en la
nueva sociedad de las redes sociales y de internet; La sostenibilidad de los
territorios y del medio ambiente; El derecho REAL a una vivienda; La
legalización de los diversos modos de convivencia en pareja; El derecho a la
muerte digna; El derecho al trabajo como forma de participación en derechos y
deberes de todos los miembros de una comunidad…
No son pocos estos diez principios y campos
de mejora. La comunidad se los merece. Pero debe exigirlos y hacerse partícipe
de ellos.
Si en el Congreso a estas horas están
brindando con vino, que lo hagan por la Constitución actual, pero también por
la que se puede imaginar y soñar como nuevo marco más libre, justo y solidario
en su renovación. Arriba esas copas”.
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