¿En qué medida es uno dueño de su propia vida? Me surgió esta
pregunta de nuevo ayer mismo, cuando celebraba una reunión con viandas, en
compañía de mis amigos del grupo Libre Albedrío. Ah, el libre Albedrío, si yo te
contara…
En realidad, pienso que, por mucha voluntad y esfuerzo que uno le
ponga a eso de sentirnos protagonistas de nuestra propia vida, lo más cierto es
que las parcelas en las que uno puede influir un poco más no son tantas. Se
argumentará que en muchas ocasiones el ser humano puede decir sí o no, elegir A
o B según decida, apuntarse a esto o a aquello según su voluntad, o definirse
de unos o de otros de acuerdo con su manera de pensar.
Uno cree observar demasiado voluntarismo en esta manera de ver las
cosas. Ojalá tuvieran razón los que así piensan. Tengo para mí que nuestro
pensamiento y nuestra voluntad sufren tal grado de presión de todo tipo, que no
le quedan demasiados caminos para los que echar a andar.
Sería esclarecedor que hiciéramos el esfuerzo mental de repasar un
día cualquiera de nuestras vidas. Con calma, sin prejuicios y dejando que
fluyan los acontecimientos. Es labor de cada uno. Seguramente, si alzamos un
escalón por encima de la descripción y nos adentramos en el de la explicación
de los actos que realizamos, veremos qué cantidad de implicaciones nos empujan
y nos condicionan. Como mal menor, el ser humano tiene que elegir, si puede,
que no es fácil, en las circunstancias que le rodean, y son ellas las que
moldean todo y las que le dan intensidad o relajación.
Tal vez no haya que desanimarse del todo si los resultados de la
investigación no son tan favorables como hubiéramos pensado. Somos así, así
pasamos la vida, consumimos el tiempo y vamos dejando un reguero de actividades
a lo largo de los años. Por lo demás, tampoco es fácil imaginarse una vida
totalmente individualizada en la que los demás fueran siempre comida de segundo
plato y siempre a expensas de lo que más interesara a cada individuo.
Hay rincones y parcelas en el huerto de la vida en los que sí
podemos arar un poco más a nuestro gusto y sintiéndonos un poco menos empujados
e incomodados por lo ajeno. Creo que son todos aquellos que se sienten tocados
por la magia del amor, por ese sentimiento tan complejo y extraordinario que mueve
muchos de nuestros pasos. Quizá estoy diciendo un disparate, si considero que
en el amor la entrega y la atracción de la otra persona son decisivos; pero
creo que, a pesar de ello, podemos moldear y decidir con menos acosos externos.
Qué provechosa sería una reflexión común, serena y extensa con este asunto como
elemento común.
Añadiré un segundo rincón que me parece interesante. Se trata del
mundo de la creación, propia o ajena, de aquella que damos o que nos dan. Nuestra
voluntad y nuestra imaginación son casi todo en esa parcela: lectura, pintura,
visionado de una película…
¿Y el resto? Pues no quiero ser demasiado pesimista, pero tampoco
engañarme. El resto del tiempo somos factores de producción. Y como tales nos
trata el mercado. Ajustarse en el mercado y en su escala de valores no es cosa
pequeña. Para sortearlo, para reírnos de él, para defenderlo o rechazarlo, para
sacarle jugo o simplemente para no dejarnos engañar del todo. Porque no es lo
mismo que te engañen sin que lo sepas, o que te engañen sabiendo tú que lo
hacen. O lo hacemos.
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