viernes, 14 de diciembre de 2018

PROTAGONISTAS



¿En qué medida es uno dueño de su propia vida? Me surgió esta pregunta de nuevo ayer mismo, cuando celebraba una reunión con viandas, en compañía de mis amigos del grupo Libre Albedrío. Ah, el libre Albedrío, si yo te contara…
En realidad, pienso que, por mucha voluntad y esfuerzo que uno le ponga a eso de sentirnos protagonistas de nuestra propia vida, lo más cierto es que las parcelas en las que uno puede influir un poco más no son tantas. Se argumentará que en muchas ocasiones el ser humano puede decir sí o no, elegir A o B según decida, apuntarse a esto o a aquello según su voluntad, o definirse de unos o de otros de acuerdo con su manera de pensar.
Uno cree observar demasiado voluntarismo en esta manera de ver las cosas. Ojalá tuvieran razón los que así piensan. Tengo para mí que nuestro pensamiento y nuestra voluntad sufren tal grado de presión de todo tipo, que no le quedan demasiados caminos para los que echar a andar.
Sería esclarecedor que hiciéramos el esfuerzo mental de repasar un día cualquiera de nuestras vidas. Con calma, sin prejuicios y dejando que fluyan los acontecimientos. Es labor de cada uno. Seguramente, si alzamos un escalón por encima de la descripción y nos adentramos en el de la explicación de los actos que realizamos, veremos qué cantidad de implicaciones nos empujan y nos condicionan. Como mal menor, el ser humano tiene que elegir, si puede, que no es fácil, en las circunstancias que le rodean, y son ellas las que moldean todo y las que le dan intensidad o relajación.
Tal vez no haya que desanimarse del todo si los resultados de la investigación no son tan favorables como hubiéramos pensado. Somos así, así pasamos la vida, consumimos el tiempo y vamos dejando un reguero de actividades a lo largo de los años. Por lo demás, tampoco es fácil imaginarse una vida totalmente individualizada en la que los demás fueran siempre comida de segundo plato y siempre a expensas de lo que más interesara a cada individuo.
Hay rincones y parcelas en el huerto de la vida en los que sí podemos arar un poco más a nuestro gusto y sintiéndonos un poco menos empujados e incomodados por lo ajeno. Creo que son todos aquellos que se sienten tocados por la magia del amor, por ese sentimiento tan complejo y extraordinario que mueve muchos de nuestros pasos. Quizá estoy diciendo un disparate, si considero que en el amor la entrega y la atracción de la otra persona son decisivos; pero creo que, a pesar de ello, podemos moldear y decidir con menos acosos externos. Qué provechosa sería una reflexión común, serena y extensa con este asunto como elemento común.
Añadiré un segundo rincón que me parece interesante. Se trata del mundo de la creación, propia o ajena, de aquella que damos o que nos dan. Nuestra voluntad y nuestra imaginación son casi todo en esa parcela: lectura, pintura, visionado de una película…
¿Y el resto? Pues no quiero ser demasiado pesimista, pero tampoco engañarme. El resto del tiempo somos factores de producción. Y como tales nos trata el mercado. Ajustarse en el mercado y en su escala de valores no es cosa pequeña. Para sortearlo, para reírnos de él, para defenderlo o rechazarlo, para sacarle jugo o simplemente para no dejarnos engañar del todo. Porque no es lo mismo que te engañen sin que lo sepas, o que te engañen sabiendo tú que lo hacen. O lo hacemos.

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