¡ Y LEÍSTE MI NOMBRE!
(Rubén lee por primera vez mi nombre)
El mundo se articula en los
sonidos
que forman armoniosos las
palabras.
Del misterio del caos llega a la
orilla
un trémolo de olas, que se
nombran
al rozar su memoria en las
arenas.
Tal la mente idealiza la
sustancia
y devuelve a los aires el sonido
de todo lo que esconde el
pensamiento.
Es la palabra hablada, la palabra
que aprendiste a decir en otro
tiempo.
Después viene el hallazgo que
atesora
la palabra dormida en la
escritura,
ese cuadro esbozado en que se guardan
también la realidad y los
conceptos.
Hoy, Rubén, fuiste tú quien
tradujiste
los trazos sin color de esa
palabra,
articulaste en voz aquellas
letras
que aprendes a fijar en tu
memoria
y arrancaste el milagro de dar
fuerza
a unos trazos confusos y dispares,
que esperaban tu voz y mi
existencia.
Fue tal que así: sumaste
tres sílabas contiguas
balbuciendo
An…to…nio y repetiste, sorprendido,
Antonio…, Antonio…, Antonio…;
alzaste la mirada hasta mi frente
y en ella te paraste contemplando
la realidad feliz de la palabra,
la identidad cabal de aquellos
trazos
con la presencia cierta de mi cuerpo.
Y volviste a las letras y a mi
rostro
en un vaivén gozoso y asombrado.
Tus ojos eran risa y eran dicha,
y eran asombro y luz y maravilla.
Fue el milagro, Rubén, y tú lo
hiciste,
el milagro feliz de la palabra.
Despertó la palabra y se hizo
carne
pues la carne dormía en la
palabra.
Un infinito abrazo
fundió las emociones
de los tres elementos del
milagro:
mi nombre en la escritura,
Rubén y mi presencia,
que fue felicidad y fue contento
de ser agasajada por los dioses
con el alto placer de la palabra.
1 comentario:
Qué regocijo y alegría debiste sentir. Son grandes nuestros pequeños.
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