Mi ritmo de lecturas ha descendido en el presente año. Ando
por poco más de los cincuenta libros y ya no alcanzaré, ni por aproximación, la
centena que suelo leer cada año de los últimos en los que anoto los títulos y
alguna nota acerca de cada uno. No importa demasiado, cada día tiene su empeño
y cada año su ocupación. Además, la primera condición para la lectura es la
libertad de no leer. No ha disminuido en mí la pasión por las páginas;
sencillamente sucede que los contextos y las condiciones han sido otras. Y ya.
Acostumbro a introducir en mis lecturas una o dos obras de
esas que son modelos universales en la literatura y que alcanzan una extensión
considerable. Con frecuencia, una de las elegidas es nuestro inmortal Quijote.
¡Cuántas vueltas les he dado a sus páginas y a sus episodios! Don Quijote y
Sancho son mis amigos y dialogo con ellos muchas veces.
Este año, casi por casualidad, he vuelto a las páginas de Anna Karenina, la inmortal obra de
Tolstói, esa mujer atormentada, que busca su identidad y su libertad en un
contexto de opresión y de restricción provocado por la burguesía rusa del siglo
diecinueve. Cerca de mil páginas de muy buena creación literaria, oiga.
Inevitablemente, la mente y la imaginación me han trasladado
al mundo de otras dos mujeres del mundo literario de la época, también
universales y ejemplos de la situación femenina en aquellas sociedades. Son,
por supuesto, nuestra Ana Ozores, La
Regenta, de Clarín, y Emma Bovary, de
Flaubert. Las tres arrastran semejanzas y diferencias muy evidentes. Su
conocimiento y su comparación nos dan un cuadro suficiente para entender lo que
es la novela realista en general, y lo que era la situación femenina en particular.
Se trata, eso sí, de un realismo cuajado de análisis sicológico y de
personalidad. Con estas novelas el género quedó definitivamente consagrado y
anda floreciente hasta nuestros días.
Hay análisis diversos por ahí, por si alguno anda interesado
en conocer detalles y aproximaciones guiados por especialistas. Lo mejor, como
siempre, es la lectura y el análisis particular de cada uno de nosotros. Yo me
quedo, tal vez por proximidad, con nuestra Ana Ozores y con todo ese mundo
interior y exterior que la ahogaba y que la atormentaba. De hecho, confieso
que, después del inigualable Quijote, la novela de Clarín me parece la mejor
novela en lengua española. Y eso que utilizar conceptos como “la mejor”, o “la
peor”, en estos campos resulta siempre muy peligroso.
Los tres textos citados representan una muestra literaria
fundamental de reivindicación femenina, de lucha por ganar espacios de libertad
personal frente al agobio social y religioso en las sociedades de poder masculino
del siglo diecinueve. Imprescindibles, por supuesto, para una buena historia de
la lucha femenina.
Ignoro cuántos lectores tendrá al cabo del año una novela de
este tipo. Supongo que, al menos en las universidades, algún cliente les
quedará. Siguen siendo modelos, aunque los contextos hayan cambiado tanto de
entonces a estos tiempos.
¿Cómo establecer un diálogo, o algo parecido, con alguien que
haya leído con atención estas obras y que esté dispuesto a intercambiar opinión
acerca de sus valores y de su importancia?
¿Quién puede favorecer y propiciar contextos físicos y
culturales para estos intercambios? ¿Cuántos clientes tendrían las
convocatorias?
En fin, que eso, que me voy a tomar un vaso de agua y luego
vuelvo.
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