domingo, 3 de noviembre de 2019

LEALTAD



Estamos en período electoral y todo es vorágine y precipitación: hay que hacer esquemas de una realidad confusa y plural para que los receptores decidan su voto. En esa desigualdad entre espacios y tiempos reducidos, y la complejidad de la realidad que hay que encerrar en pildorillas casi publicitarias, todo se confabula para crear una atmósfera incompleta, nebulosa y hasta descorazonadora.
A mí nadie me hace caso y aquí solo expreso desahogos; pero, como este espacio es gratis y tengo la manía de decir lo que pienso, pues…
Como era de esperar -si es que no hay que ser muy avispado para predecirlo como ya lo hicimos-, casi toda la campaña tiene como eje los asuntos territoriales, ahora ejemplificados en Cataluña. Yo sigo defendiendo que, sea cual sea la solución que se le dé a este asunto -yo tengo mi opinión, pero poco importa-, nada será definitivo ni nada progresará en la convivencia. Repito una vez más y deben de ir mil por lo menos: ¿Cómo se puede hablar de modelos sociales, económicos, judiciales, educativos… si no se han delimitado los territorios en los que se van a aplicar ni las competencias de cada uno de ellos? EL MODELO TERRITORIAL Y EL SUJETO DE SOBERANÍA siguen siendo los pilares en los que se debe sujetar todo el desarrollo legal y de convivencia. Aclaren esto, por favor, y aclárense ustedes mismos. Todo lo que venimos viendo no es más que desarrollo de este asunto.
Pero aún debo decir algo más. Elijan el modelo que elijan, no se olviden de su manera de llevarlo a la práctica. En los últimos ya más de cuarenta años, en esta nuestra piel de toro, casi todo el mundo ha centrado sus esfuerzos en adquirir competencias territoriales, en un huracán de fuerzas centrífugas que no sé si están controladas o campan a su gusto. Permitan al menos que se puedan poner sobre la mesa las distintas visiones que de la realidad territorial existan y, serena y racionalmente, sin aspavientos y sin descalificaciones previas, discútanse y dictamínense. El único norte tendría que ser el del bienestar de toda la comunidad y no el de la supremacía de unas comunidades sobre otras, la proximidad de las personas y no la separación de las mismas. Será mejor aquel modelo que nos produzca más bienestar físico, económico y moral. El modelo tiene que servir al ciudadano, a todos los ciudadanos, y no al revés
Se argüirá que ya tenemos un modelo constitucional. Y es verdad. Parece que se podrían considerar, entonces, al menos tres derivadas.
La primera es la de respetar lo existente y partir de ello: existe un ordenamiento jurídico y tiene sus normas para ser cambiado o mantenido.
La segunda es la de defender que esas modificaciones son posibles y no tienen por qué ser negativas. Ojo, en cualquier sentido, siempre que se defienda con serenidad y con racionalidad.
La tercera -y es la que me ha llevado hoy a dejar estas líneas en esta ventana- apunta a la manera de aplicar cualquier elección. Si no se actúa con LEALTAD, desde cualquier modelo, todo el edificio mental o jurídico se nos vendrá abajo, como nos viene sucediendo desde hace casi medio siglo.
LEALTAD pertenece a la familia léxica de LEY y de legalidad y de legitimidad, y… O sea, que apunta a códigos acordados que nos obligan a todos. Pero las connotaciones que la historia le ha ido añadiendo a la palabra la empujan hacia una concepción que tiene que ver con no buscar las vueltas para aprovecharse individualmente de cualquier situación, hacia un contexto en el que todo el mundo se puede fiar y se fía de la buena voluntad con la que todos van a interpretar los preceptos, a un saber que nadie está buscando los tres pies al gato sino que aporta siempre actuaciones tendentes al bien común y no solo al particular, a sentirse tal vez diferente en partes, pero a no buscar cualquier manera de decir yo soy diferente y no quiero saber nada de ti.
En fin, ¿quién no tiene un amigo que le es leal siempre? Pues algo de eso. Y lo que se puede aplicar para una cuadrilla de amigos se puede trasladar, por analogía, a grupos y comunidades más amplios.
Para ponérnoslo a todos más complicado, los líderes, en campaña electoral, parece que tienen la obligación de hacer notar más las diferencias y las deficiencias del contrario que aquello que podría ilusionar a todos. Mientras tanto, nosotros asistimos atónitos a este espectáculo que tiene algo de aquelarre, de botellón místico y de deseos de que salga un rato el sol y nos ilumine un poco a todos en este difícil arte de la convivencia, arte que, si no se cumple con lealtad y signos de buena voluntad, nos puede arrastrar a todos a un precipicio demasiado hondo.

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