martes, 19 de noviembre de 2019

RAÍZ - RADICAL



¿Por qué tengo que volver a dar la matraca con el mismo asunto? Porque no sé cuándo, pero estoy seguro de que este es hasta un tema recurrente en mis devaneos. Como con frecuencia me dejo llevar por los asuntos de actualidad y el índice me lo marca el paso de los días, tal vez sea esa la razón de machacar en la misma punta. Acaso haya algún resto escondido de deformación profesional.
Unos y otros se llaman radicales a la hora de opinar acerca de las actitudes políticas y de las posturas sociales. Creo que, en estos momentos, oigo alguna vez más la apelación desde la izquierda hacia la derecha que al revés, pero, si así fuera, no sería más que una apreciación momentánea porque el viento cambia de dirección casi cada día y el sonido cambia de dirección con él.
¿Cuántas veces se ha dicho que la palabra es el principal instrumento para la comunicación y para la convivencia? ¿No se ha recordado también que, a pesar de todo, no es más que una pobre aproximación a la realidad, que tiene muchas aristas y que, por el camino, se va dejando pelos por todas partes a medida que va cambiando cuando gana o pierde connotaciones? Habrá que cuidarla, entonces. Y, si puede ser, dejarse llevar un poquito por los que saben algo más de esto, aunque ellos también se equivoquen con frecuencia.
El significado de un vocablo hay que rastrearlo y descubrirlo en primer lugar en su etimología, si no queremos perdernos en rodeos e imprecisiones. En su origen, en su raíz. Para el caso que nos ocupa (y para tantos otros en nuestro idioma), es la lengua latina la que nos da luz. Radix – radicis. Desde ahí radicem y raíz. Aplicada, naturalmente, al árbol. O sea, aquello que con más fuerza se hunde en el suelo y que, por ello, en sentido natural y botánico, permanece más, dura más, se empapa más de los nutrientes del suelo, de su entorno. Por eso, vendrán vientos y la raíz será la que sujete al resto del árbol. De ahí su paso al sentido figurado y su aplicación a aquello que significa las causas de cualquier hecho, que aclara por qué realmente se ha producido ese hecho, más allá de las primeras apariencias. En forma adjetiva, radical, se aplicará a la cualidad propia del sustantivo, es decir a aquella cualidad que no se conforma con los elementos de la superficie, que analiza antes de extraer consecuencias, que enlaza causas y consecuencias explicando unas por otras.
El diccionario sigue manteniendo como primera acepción la de su etimología. Es lo que tiene que hacer. Solo en su cuarta acepción recoge algo parecido a lo que hoy se ha extendido como un reguero de pólvora: extremoso, tajante, intransigente. El resto de su familia léxica ya se encuentra perdida en esta desviación popular de tintes negativos y rechazables.
¿Quién se sentiría orgulloso hoy si lo llamaran radical? En el entorno social y político supongo que casi nadie. Me pregunto por qué. Deberíamos sentirnos orgullosos de pertenecer al grupo de aquellos que buscan la raíz de las cosas, que tratan de analizar las causas para poder ver más luz en lo que sucede, que no se dejan llevar por el primer aire, sino que ponen pie en pared y se detienen hasta no ver qué producto es el que se le está vendiendo.
Qué manera de prostituir el lenguaje. Y con él, tal vez también la realidad. Pero, si prostituimos la realidad, tal vez nos estamos engañando. Y engañando a los demás, sobre todo a los más vulnerables.
Así que a ser radicales, pero no tajantes ni intransigentes. Que todos tenemos nuestras goteras.

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