¿Por qué
tengo que volver a dar la matraca con el mismo asunto? Porque no sé cuándo,
pero estoy seguro de que este es hasta un tema recurrente en mis devaneos. Como
con frecuencia me dejo llevar por los asuntos de actualidad y el índice me lo
marca el paso de los días, tal vez sea esa la razón de machacar en la misma
punta. Acaso haya algún resto escondido de deformación profesional.
Unos y
otros se llaman radicales a la hora de opinar acerca de las actitudes políticas
y de las posturas sociales. Creo que, en estos momentos, oigo alguna vez más la
apelación desde la izquierda hacia la derecha que al revés, pero, si así fuera,
no sería más que una apreciación momentánea porque el viento cambia de
dirección casi cada día y el sonido cambia de dirección con él.
¿Cuántas
veces se ha dicho que la palabra es el principal instrumento para la
comunicación y para la convivencia? ¿No se ha recordado también que, a pesar de
todo, no es más que una pobre aproximación a la realidad, que tiene muchas
aristas y que, por el camino, se va dejando pelos por todas partes a medida que
va cambiando cuando gana o pierde connotaciones? Habrá que cuidarla, entonces.
Y, si puede ser, dejarse llevar un poquito por los que saben algo más de esto,
aunque ellos también se equivoquen con frecuencia.
El
significado de un vocablo hay que rastrearlo y descubrirlo en primer lugar en
su etimología, si no queremos perdernos en rodeos e imprecisiones. En su
origen, en su raíz. Para el caso que nos ocupa (y para tantos otros en nuestro
idioma), es la lengua latina la que nos da luz. Radix – radicis. Desde ahí radicem
y raíz. Aplicada, naturalmente, al árbol. O sea, aquello que con más fuerza se
hunde en el suelo y que, por ello, en sentido natural y botánico, permanece
más, dura más, se empapa más de los nutrientes del suelo, de su entorno. Por
eso, vendrán vientos y la raíz será la que sujete al resto del árbol. De ahí su
paso al sentido figurado y su aplicación a aquello que significa las causas de
cualquier hecho, que aclara por qué realmente se ha producido ese hecho, más
allá de las primeras apariencias. En forma adjetiva, radical, se aplicará a la cualidad propia del sustantivo, es decir
a aquella cualidad que no se conforma con los elementos de la superficie, que
analiza antes de extraer consecuencias, que enlaza causas y consecuencias
explicando unas por otras.
El
diccionario sigue manteniendo como primera acepción la de su etimología. Es lo
que tiene que hacer. Solo en su cuarta acepción recoge algo parecido a lo que
hoy se ha extendido como un reguero de pólvora: extremoso, tajante, intransigente. El resto de su familia léxica ya
se encuentra perdida en esta desviación popular de tintes negativos y
rechazables.
¿Quién
se sentiría orgulloso hoy si lo llamaran radical?
En el entorno social y político supongo que casi nadie. Me pregunto por qué.
Deberíamos sentirnos orgullosos de pertenecer al grupo de aquellos que buscan
la raíz de las cosas, que tratan de analizar las causas para poder ver más luz
en lo que sucede, que no se dejan llevar por el primer aire, sino que ponen pie
en pared y se detienen hasta no ver qué producto es el que se le está
vendiendo.
Qué
manera de prostituir el lenguaje. Y con él, tal vez también la realidad. Pero,
si prostituimos la realidad, tal vez nos estamos engañando. Y engañando a los
demás, sobre todo a los más vulnerables.
Así que
a ser radicales, pero no tajantes ni
intransigentes. Que todos tenemos nuestras goteras.
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