“Es tan corto el amor y tan largo el olvido”. No son palabras
mías, sino de Pablo Neruda, en uno de sus hermosos poemas de amor. Ahí el
olvido se hace intenso y duradero, precisamente por la ausencia del sujeto
amado. No sé muy bien por qué razón me vienen a la mente en estos momentos. Me
las ha recordado esta otra expresión tan conocida y utilizada: ese
señor del que me habla, para mostrar la proximidad en un momento y el
olvido en las situaciones comprometidas. El olvido en Neruda era intenso y
candente; en estos señores de ahora, el olvido es frío, no duele ni habita en
la memoria.
Lo vimos en repetidas ocasiones cuando se le preguntaba al
anterior presidente del Gobierno, Rajoy, y no parecía saber nada de aquellos
correligionarios que habían metido las manos en el tesoro común y no había
manera de que las sacaran de allí. Y hasta lo manifestaba sin muestras de rubor,
casi con orgullo y con voz engolada. Lo vemos ahora con las declaraciones del
ministro del interior y portavoz del PSOE, señor Ábalos, y en algún dirigente
más de este partido político.
Se ha producido una condena en Andalucía a varios miembros
destacados de esta formación por hechos cometidos mientras eran representantes
muy destacados del mismo. Y ahora son cosa del pasado, no forman parte de la
organización y no sabemos nada del asunto. También ellos son ya “ese señor del
que me habla”. Venga ya.
¿Tanto cuesta pedir perdón por los errores cometidos? Pero
si, además, en este caso la situación es muy favorable: no se han llevado nada
para su bolsillo, la sentencia será recurrida y -aunque no soy jurista- me
atrevo a augurar que la batalla todavía no está perdida jurídicamente, incluso
me parece que la relación entre los hechos que se consideran probados y la
capacidad jurídica que se atribuye a esas personas para cometerlos no se
sostiene; por si fuera poco, hasta creo ver en el desarrollo de todo el asunto
hasta buena voluntad por parte de los creadores del desaguisado y de los
legisladores que lo aprobaron… Sí, creo en esa buena voluntad, por más que aquí
no voy a desarrollar mis razones para esa creencia. Algo distinto son los
chorizos en el desarrollo de la matanza.
Pero es que, aun en el contexto más favorable, que aquí
apunto, no se puede negar que se ha causado un desvío de fondos públicos sin
control efectivo y en detrimento de los ciudadanos, que pagan sus impuestos de
acuerdo con la ley y a ella se someten. ¿Cómo no reconocer esto y pedir perdón
por ello? Las instituciones andaluzas no las dirigía ningún otro ciudadano. Las
implicaciones políticas resultan evidentes. Las responsabilidades de este tipo,
también. Las equivocaciones son propias de la condición humana; también estas
tan gordas. No reconocerlas es situarse en el mismo plano de aquellos que miran
y miraban para otro lado dejando cadáveres por el camino, sin dedicarles ni
siquiera algo de compasión. Y es, además, incitar a la desafección política, al
desencanto y a la pista libre para los extremismos y los menos escrupulosos.
Y reconocer los errores no significa -no debería significar- ni
la retirada de la compasión ni de la amistad por parte de nadie. El ciudadano
sensato sabrá, sin duda, distinguir una equivocación, aunque haya sido
continuada, de una mala intención y de un aprovechamiento personal.
Además, después de pedir perdón y de mostrar comprensión, se
suele dormir más a pierna suelta.
Las demás acusaciones -que son casi todas- de dimisiones y de
juicios finales no merecen casi ni consideración y no hacen otra cosa que
mostrar la catadura moral de los acusadores.
Si aún quedara algo de tiempo y de ganas, no estaría de más la
consideración de las implicaciones que tiene la detentación del poder durante
largos períodos y los peligros que ello acarrea. Yo no creo que el poder
corrompa, pero sí que tiende a corromper.
Así que, venga, a reconocer errores (lo de culpas ya lo
veremos), a pedir perdón públicamente y a seguir en la búsqueda del bien común.
No es tan difícil.
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