sábado, 30 de noviembre de 2019
FRIDAY, FRIDAY
Y Sunday, y Monday, y Saturday, y… Manda huevos. Y todos los días de la semana,
y todas las semanas del mes, y todos los meses del año.
Yo ya debo pedir la jubilación y
el retiro hacia mí mismo, con prohibición de escribir o de expresar ideas,
aunque sea en formato reducido, como hago en esta ventana. Lo digo porque, si
repaso mis papeles, cada año me repito demasiadas veces. Mira que soy cabezón,
no cambio de idea y, además, nadie me hace ni puñetero caso.
Desde aquel alegato poético que,
hace ya muchos años, tuve las santas narices de proclamar en el paraninfo de la
USAL, contra lo que yo creo que comporta la base del cine de Origud, no ha
dejado de acentuarse en mí la convicción del papanatismo con el que actuamos en
todo lo que nos llega desde los dominios de los Estados Unidos de Norteamérica
(ese es el nombre de ese país, no el de América, pues existen muchos otros
territorios y habitantes que comparten ese apelativo. Así, ya, para empezar).
Abro los ojos y la realidad me
apabulla, por más que intente (ayer mismo lo hacía en forma poética) dar
certeza a que el mundo lo creo yo y el mundo es mundo porque yo le doy vida.
Andamos engolfados en eso del
Friday, pero ya estarán tramando otro day
distinto. El caso es vender y tener a todos sometidos a los ritmos y a los
valores que ellos quieran.
Como me sucede con casi todo lo
demás, no es eso lo que más me desconsuela, aunque me aparta totalmente del
mundo en su día a día, sino el seguimiento que tiene y los clientes que acapara
para su causa.
Casi todo el mundo desprecia lo
propio, lo que tiene al lado, lo que se ha construido con la repetición de la
costumbre, de familia en familia, de generación en generación, de sangre a
sangre. No quiero abrir la vista, ni menos la ventana, pero ahí está la música,
y la tecnología, y el uso absolutamente innecesario e imbécil de terminología
de lengua inglesa… Todo, todo, absolutamente todo lo asumimos como bueno, sin
una pizca de reflexión o crítica, sin pensar que tal vez tengamos al lado un
género o una razón igual o mejor incluso que lo que admitimos como si lloviera
milagrosamente del cielo y fuera maná enviado por algún dios.
Para rematar la fiesta, no solo
recibimos con los brazos abiertos lo que nos inyectan en nuestros instintos,
sino que, con ello, rechazamos lo que ya teníamos y lo anulamos como algo
inferior o propio de gentes de otros tiempos más atrasados. No sé por qué, pero
me recuerda en algo a lo que proponen bastantes nacionalistas: el olvido de sus
propias raíces, del territorio de sus antepasados, la desconexión con los lazos
de sangre de los que les precedieron, y el ensalzamiento, como nuevos
conversos, de un mundo que les ciega y al que se ofrecen como fieles vestales o
concubinas.
Imbéciles, idiotas, borregos, papanatas,
tontos, pazguatos, pardillos, bobalicones, simplones…
Ahora ya anda todo etiquetado y
no sé cuál será en siguiente day,
pero lo seguiremos como borregos y nos dejaremos encerrar sin reparos en el
redil que nos tengan preparado.
Vayan planchando, por si acaso,
sus trajes de sirvientes y esclavos agradecidos para Santa Claus, que ya está
ahí, a la vuelta de la esquina.
Por cierto, no todo el mundo se
presta por igual a este chalaneo y a este estado de imbecilidad. Cada caso
tiene su sociología. Analizarla sería luminoso. Pero tal vez también
políticamente incorrecto. Y no están los tiempos para ello. Qué le vamos a
hacer.
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