¿Merece
la pena leer a Aristóteles en el siglo veintiuno? Puede parecer una insolencia
solo el hecho de formular la pregunta. Mucho más si quien la propone es alguien
que, como yo, es aficionado a la filosofía y al pensamiento, pero en ningún
caso un especialista académico en la materia. El caso es que, por una razón o
por otra, sigo salteando lecturas filosóficas de mi biblioteca de esta materia.
Aristóteles
es, como se sabe, el tercer coloso de la trilogía formada por Sócrates, Platón
y él mismo. De uno al otro, y del segundo al tercero, el pensamiento va
conformándose en la Grecia Antigua hasta dejar formado un corpus de pensamiento cuyo influjo llega hasta nuestros días.
De
manera general, a mí me parece que Sócrates es quien enciende el fuego, Platón
el que lo atiza y Aristóteles quien cocina en él. Quiero decir que me parece
que Sócrates encarrila la forma de pensar, Platón concreta esa forma en los
conceptos y Aristóteles intenta su aplicación a los elementos de la vida
externa. Ya sé que es mucho simplificar, pero me mantengo en este esquema.
He
dedicado horas en los últimos días a la lectura de Acerca de alma, obra de
Aristóteles. Nada menos que acerca del alma. La verdad es que, ya bien entrado
el siglo veintiuno, uno no sabe qué pensar acerca de la vigencia de lo que en
ella se expone. Que nadie piense que se trata de concretar en qué consiste eso
del alma, como algo espiritual que ha de llevarnos a Dios. El meollo se
presenta en dilucidar la naturaleza del alma como si estuviéramos en una clase
de ciencias naturales. Se trata de analizar la realidad de los seres vivientes
y no vivientes y las diferencias que los separan. Esa diferencia entre unos
seres y otros (vivientes y no vivientes) nos encamina ya hacia la concreción de
eso que llamamos alma. El alma sería, pues, la forma específica del ser
viviente. El alma termina identificándose con el concepto y con la realidad de
la vida. No extrañan, entonces, estas palabras de Aristóteles: “El alma es la
entelequia primera de un cuerpo que en potencia tiene vida”.
La
relación con esa vida llega a través de los sentidos. Es por ello por lo que el
filósofo analiza en esta obra las características de cada uno de los sentidos y
rastrea los seres que pueden ser portadores de tales sentidos y de cuáles. Es,
vuelvo a decir, casi un tratado de ciencias naturales.
A
partir de las definiciones conocidas de potencia y acto, el alma, como la
concibe Aristóteles, es también acto y también vida. Pero es acto de una
potencia, de una posibilidad preexistente. El desarrollo y la concreción de esa
potencia o posibilidad se realiza en actos concretos de la vida: nutrición,
sensaciones… Son estas actividades las que llama potencias o facultades del
alma. En su realización se proyecta el acto del alma, el alma se hace
actividad, realidad, certeza comprobable.
Como
se ve, se dibuja un concepto del alma muy lejana a la que siempre se nos
reclama desde un contexto religioso tradicional. Ya dije que Aristóteles ya
cocina en el fuego alimentos de verdad.
De
nuevo la pregunta del principio: ¿Merece la pena leer a Aristóteles en el siglo
veintiuno? Ufff, ha llovido tanto desde entonces…
Me
parece que la formulación ya no puede ser la misma, y, sin embargo, la
inquietud sigue ahí. Eppur si muove. ¿Cómo se concreta esa especie de impulso
vital que nos empuja a seguir ahí, cada segundo de la vida, en el camino, con
ánimos de no salirnos de la conciencia, de ser muerte y vida continuamente?
Los
procesos químicos tienen mucho que decir, claro que sí. Pero ¿y el impulso para
que se produzcan esos procesos químicos?, ¿y el empeño en seguir buscando el
impulso vital primigenio? Nietzsche o Bergson podrían contarnos muchas cosas al
respecto.
Yo,
desde luego, no lo tengo resuelto. Me parece que, en realidad, nadie da con la
tecla definitiva. Mientras tanto, Aristóteles sigue, erre que erre, después de
dos mil quinientos años. Claro que ya no es el mismo magisterio que en la Edad
Media o en el siglo dieciséis, pero ahí continúa por si alguno quiere salir a
su encuentro. Yo ya lo hice y mis dudas siguen latiendo. Será tal vez eso que
llaman la vida. O el alma quizás Quién lo sabe.
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