OTROS OJOS
EXTRAÑADOS CON LOS QUE MIRAR AL MUNDO
Por
supuesto, esos otros ojos son los míos.
Ayer
daba cuenta de la presentación de un libro que recogía la trayectoria vital y
de pensamiento de Dorado Montero. Señalé en pocas palabras cuáles son sus
líneas maestras a la hora de desarrollar su forma de ver el mundo. No hacía más
que recordar lo que tan brillantemente había expuesto en público y en las
páginas Laura Pascual Matellán.
No
me parece fuera de lugar que hoy eche mi cuarto a espadas y reflexione acerca
de alguna de esas ideas básicas. Lo hago siempre condicionado por el formato
que adopto. Afirmaba ayer, y confirmo hoy, que las teorías más sesudas y
prolijas se suelen sustentar en un puñado escaso de principios, que se
desarrollan y se traban hasta configurar toda una teoría completa.
En
lo que a Dorado Montero respecta, creo que la base que mantiene todo el
razonamiento es el ser humano. A eso
me referiré y solo a eso.
¿Es
que hay algo que no termine repercutiendo en el ser humano, de una manera
directa o indirecta? Parece que no es posible. En nuestro pensador, todo el
tiempo se apunta a la mejora de ese ser como objetivo final en el que convergen
todos los esfuerzos. También los que se desarrollan en el conocimiento, la
codificación y la aplicación en el mundo penal. ¿Cómo no se va a estar de
acuerdo en ello? Hasta ahí, todo muy claro.
¿Cómo
se configura y se define ese ser humano al que apuntan nuestras ideas y
nuestros deseos de mejora? Dorado Montero no pierde de vista la importancia de
la comunidad en la que se desarrolla o tal vez se termina definiendo el ser
humano. Por ello defiende con entusiasmo la necesidad de mejorar los contextos
en los que vive ese ser, para crear los ambientes propicios que traigan como
consecuencia la eliminación de los delitos: el problema obrero, la definición y
los límites y hasta la anulación de la propiedad privada, las bondades del
asociacionismo obrero, el ensalzamiento de la instrucción y la vida pedagógica,
la reforma ética y moral del individuo, el freno del poder de los propietarios,
y, en definitiva, la desigualdad como causa esencial de la comisión de los
delitos. Como se sabe y se ve, nuestro autor echa buena parte de la culpa a la
comunidad, a la que hace responsable -por los contextos de desigualdad en los
que vive y que ha codificado, en beneficio de los más poderosos- de la
existencia de los delitos. Por ello sus exigencias de socorrer a los delincuentes.
Ya
se sabe que hay otros pensadores que ponen su acento en la prevalencia del
individuo frente a la comunidad. Por ello, la prueba de carga, para lo bueno y
para lo malo, la adjudican al individuo más y antes que a la comunidad.
Aseguran que el individuo existe antes y que posee derechos individuales que no
se le pueden arrebatar. Defienden, además, que el desarrollo de la vida es
individual y que cada uno elige su camino y emplea sus esfuerzos de una manera
diferente, consiguiendo, de ese modo, resultados distintos. Están convencidos,
también, de que la suma de los esfuerzos individuales y egoístas consiguen
mayores beneficios para la comunidad que las imposiciones colectivas. En
consecuencia, actúan y teorizan a favor de una filosofía y sociología que
llaman liberal. Me pregunto cómo ni siquiera se puede concebir la existencia de
un ser individual. Y, con el aumento de la población, cada vez menos.
Ya
se dibujan en el horizonte las filosofías y las concepciones políticas a las
que se les cuelga el marbete de socialista o liberal. Pues claro que sí, aunque
sea a grandes rasgos.
Y,
en lo que se refiere al Derecho penal, campo que Dorado Montero analizaba,
¿cuál de las dos produce más beneficios? Yo no albergo muchas dudas y estoy del
lado de nuestro autor: la desigualdad en una sociedad es lo que produce mayores
perjuicios, y la aproximación en la igualdad, que no la homogeneidad, crea tal
ambiente de solidaridad y de autoestima en todos que les debería empujar a
arrimar el hombro en la corresponsabilidad para mejorar el ambiente social y la
vida en general. ¿No se producirían menos delitos en ese ambiente? Parece
evidente que así sería.
Ir,
pues, a la definición de lo que sea un ser humano condiciona todo lo que
posteriormente se organice mentalmente y se codifique después. Claro que la
exigencia al individuo tiene que correr pareja con la estima hacia cada ser
particular por parte de la comunidad. Si esto no es así, habríamos hecho un pan
como unas tortas.
Que
cierren esta breve reflexión aquellas palabras de don Antonio Machado: “Por
mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre”.
Y,
por supuesto, aplíquense estas divagaciones a la realidad actual, con una
población creciente y en el contexto ambiental en el que nos movemos y hacia el
que nos encaminamos. Ustedes mismos.
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