miércoles, 4 de diciembre de 2019

"UNOS OJOS EXTRAÑADOS CON LOS QUE MIRAR AL MUNDO"



“UNOS OJOS EXTRAÑADOS CON LOS QUE MIRAR AL MUNDO”
Presentamos ayer mismo un nuevo volumen de la colección “Don Francés de Zúñiga”. Al fondo, el Centro de Estudios Bejaranos. Su título, este: “Unos ojos extrañados con los que mirar al mundo”. La autora de este nuevo volumen es Laura Pascual Matellán, doctora en Derecho y gran conocedora del personaje y de la obra que estudiaba, el penalista Pedro Dorado Montero. En la exposición, llena de conocimientos, de entusiasmo y de trabazón lógica, se entreveraron elementos biográficos con el esquema fundamental de ideas que están en la base del pensamiento del autor de Navacarros. Gracias le sean dadas por su extraordinaria exposición.
Seguramente, los elementos biográficos de este filósofo del Derecho sean más conocidos; acaso, llamen más la atención a primera vista: origen muy humilde, desgracia física, estudios brillantes, becas, estancia en Salamanca e Italia, vuelta a Granada y Salamanca, enfrentamientos con la sociedad pacata de provincias y con el poder del clero, escarceos con sus colegas universitarios, amor por la naturaleza y por sus orígenes rurales… Todo un cúmulo de elementos que nos dan la pista para conocer aquello que realmente más nos interesa: su legado, su pensamiento, su visión del mundo, su manera de enfrentarse cara a cara con las cosas, “esos ojos extrañados con los que mirar al mundo”.
De cualquier autor debemos considerar sobre todo su vertiente creativa, y, si hay lugar, también la personal; pero primero la creativa, que es la que queda para la posteridad. Tengo que confesar, sin embargo, que, aunque la teoría dice eso, a mí los pensadores y creadores de todo tipo que terminan por interesarme son aquellos en los que puedo observar un paralelismo entre su vida y su obra; esos me dejan huella y confianza, me conmueven y me empujan a seguirlos en mi pensamiento y en mis actuaciones. Los otros, los de solo la creación, me dejan un poco vacío, como con falta de aire, por mucho que sus pensamientos o su legado me parezcan importantes.
Pedro Dorado Montero es uno de ellos y, a medida que voy conociendo más su pensamiento y su persona, más me conmueve y me emociona.
Pero no es lo mejor quedarse solo en la emoción de la persona, sino acercarse a la lectura de sus obras, para entender su pensamiento (compartirlo o no es otro asunto distinto y posterior), para deducir consecuencias y para actuar a continuación. La última consideración cuando se presenta a una persona y su obra es la incitación a la lectura y al conocimiento directo de su pensamiento y de su forma de ver el mundo: nada hay como la consideración personal desde el contacto directo.
Cuando se hace esto y se acude a las fuentes directas, se abren veneros que manan por todas partes y que te llenan de curiosidad y de razonamiento.
Con todo, al final, la base de un pensamiento completo suele estar sustentada por dos o tres principios esenciales que dan agua y fuego para todo lo demás. En el caso de Dorado Montero, se trata de darle vueltas y de darle la vuelta a la idea simplona de que un delito merece una pena y ya está. Como si el esquema fuera tan sencillo. Nuestro autor abre los ojos, con esa otra forma más amplia y panorámica de ver el mundo, con esos ojos extrañados con los que mirar al mundo, y cree descubrir que hay algo más importante que explica los hechos, que hay causas en el subsuelo que empujan a que crezcan los árboles, que los delitos obedecen a motivos anteriores, y que, si somos capaces de reconocer y de controlar esos motivos anteriores, tal vez estemos en el camino real de eliminar la comisión de esos delitos a los que solo nos enfrentamos con el castigo. Esa es la apuesta de Dorado Montero, ese es el envite de su Correcionalismo como doctrina filosófica, social, política y jurídica. Nada menos que dibujar un cuerpo jurídico que atendiera y protegiera a los criminales para que no volvieran a cometer delitos, y a todos los demás para que no se encontraran con el ambiente propicio para cometer ninguno. ¡Hasta dónde vamos a llegar!, clamará el pacato, que no ve más allá que la pena cada vez más dura para el delincuente.
Pues ahí lo tenemos, a nuestro paisano, a un pensador que se enfrenta a los hechos de la vida con una mirada diferente, el catalejo abierto para mirar más allá de sus narices, para intentar poner la inteligencia al servicio de la comunidad y no el instinto vengador a favor del castigo ejemplar y de alimentar conciencias primarias.
¿Cuáles son esas causas que pueden motivar la comisión de delitos? Ahí ya le duele a la sociedad, porque se siente concernida y con el culo al aire. Enseguida se abren las puertas de la pobreza, de la injusticia, de la desigualdad de oportunidades, la dependencia de valores no racionales… Para qué seguir. Estamos ya en un Derecho Penal hecho pensamiento y no solo código, traspasado por los razonamientos filosóficos y no por los instintos vengadores de una sociedad primaria. Este ya es otro nivel, que supera la simple codificación, la estaca y el tente tieso; esta es otra forma de ver el mundo, su desarrollo y su escala de valores.
Dorado Montero analizaba su propia realidad y la de su entorno. Tampoco necesitaba hacer demasiadas abstracciones. Lo que veían sus ojos y analizaba su conciencia y su razonamiento no se le podía ir por los aires.
¿Qué puede hacer cada uno de los lectores o curiosos con el pensamiento de Dorado Montero? Pues cada cual sabrá hasta dónde se siente concernido y en qué medida comparte sus razonamientos. Uno, que no es maestro de nada, pero que sí quiere ser aprendiz de casi todo, y que ha repasado muchos cientos de páginas de criterios filosóficos, termina por pensar que el esquema no es tan difícil: mirar, observar, considerar, pensar, relacionar ideas, deducir, actuar. Acaso no de manera tan brillante como Dorado Montero, pero tal vez de manera tan lógica y eficaz como él. Al menos en el pequeño contexto en el que cada uno se mueve.
Pues eso, que a leerlo y al rincón de pensar.
Y a Dorado Montero, en su centenario y siempre, gloria y honor. Sirvan las palabras de Unamuno en su entierro: “Enterramos hoy (…) a este hombre civil, amigo, maestro y consejero de todos; a este hombre que trabajó por la redención de los delincuentes, porque sabía entender mejor que nadie aquellos versículos de  No juzguéis para no ser juzgados, porque con la medida que juzgáis seréis juzgados” y lo enterramos en esta tierra sagrada y bendita, tierra bendecida y sagrada por los que aquí reposan, bajo el mismo cielo que a todos cobija bajo su luz, que a todos ilumina. (…) Recojamos el ejemplo de su vida y la enseñanza de sus obras, ya tierra, para hacerlas, dentro de nosotros, semillas que fructifiquen, con ansias de libertad”.

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