“UNOS OJOS EXTRAÑADOS CON LOS QUE MIRAR AL
MUNDO”
Presentamos
ayer mismo un nuevo volumen de la colección “Don Francés de Zúñiga”. Al fondo,
el Centro de Estudios Bejaranos. Su título, este: “Unos ojos extrañados con los que mirar al mundo”. La autora de este
nuevo volumen es Laura Pascual Matellán, doctora en Derecho y gran conocedora
del personaje y de la obra que estudiaba, el penalista Pedro Dorado Montero. En
la exposición, llena de conocimientos, de entusiasmo y de trabazón lógica, se
entreveraron elementos biográficos con el esquema fundamental de ideas que
están en la base del pensamiento del autor de Navacarros. Gracias le sean dadas
por su extraordinaria exposición.
Seguramente,
los elementos biográficos de este filósofo del Derecho sean más conocidos;
acaso, llamen más la atención a primera vista: origen muy humilde, desgracia
física, estudios brillantes, becas, estancia en Salamanca e Italia, vuelta a
Granada y Salamanca, enfrentamientos con la sociedad pacata de provincias y con
el poder del clero, escarceos con sus colegas universitarios, amor por la
naturaleza y por sus orígenes rurales… Todo un cúmulo de elementos que nos dan
la pista para conocer aquello que realmente más nos interesa: su legado, su
pensamiento, su visión del mundo, su manera de enfrentarse cara a cara con las
cosas, “esos ojos extrañados con los que mirar al mundo”.
De
cualquier autor debemos considerar sobre todo su vertiente creativa, y, si hay
lugar, también la personal; pero primero la creativa, que es la que queda para
la posteridad. Tengo que confesar, sin embargo, que, aunque la teoría dice eso,
a mí los pensadores y creadores de todo tipo que terminan por interesarme son
aquellos en los que puedo observar un paralelismo entre su vida y su obra; esos
me dejan huella y confianza, me conmueven y me empujan a seguirlos en mi
pensamiento y en mis actuaciones. Los otros, los de solo la creación, me dejan
un poco vacío, como con falta de aire, por mucho que sus pensamientos o su
legado me parezcan importantes.
Pedro
Dorado Montero es uno de ellos y, a medida que voy conociendo más su
pensamiento y su persona, más me conmueve y me emociona.
Pero
no es lo mejor quedarse solo en la emoción de la persona, sino acercarse a la
lectura de sus obras, para entender su pensamiento (compartirlo o no es otro
asunto distinto y posterior), para deducir consecuencias y para actuar a
continuación. La última consideración cuando se presenta a una persona y su
obra es la incitación a la lectura y al conocimiento directo de su pensamiento
y de su forma de ver el mundo: nada hay como la consideración personal desde el
contacto directo.
Cuando
se hace esto y se acude a las fuentes directas, se abren veneros que manan por
todas partes y que te llenan de curiosidad y de razonamiento.
Con
todo, al final, la base de un pensamiento completo suele estar sustentada por
dos o tres principios esenciales que dan agua y fuego para todo lo demás. En el
caso de Dorado Montero, se trata de darle vueltas y de darle la vuelta a la
idea simplona de que un delito merece una pena y ya está. Como si el esquema
fuera tan sencillo. Nuestro autor abre los ojos, con esa otra forma más amplia
y panorámica de ver el mundo, con esos
ojos extrañados con los que mirar al mundo, y cree descubrir que hay algo
más importante que explica los hechos, que hay causas en el subsuelo que
empujan a que crezcan los árboles, que los delitos obedecen a motivos
anteriores, y que, si somos capaces de reconocer y de controlar esos motivos
anteriores, tal vez estemos en el camino real de eliminar la comisión de esos
delitos a los que solo nos enfrentamos con el castigo. Esa es la apuesta de
Dorado Montero, ese es el envite de su Correcionalismo como doctrina
filosófica, social, política y jurídica. Nada menos que dibujar un cuerpo jurídico
que atendiera y protegiera a los criminales para que no volvieran a cometer
delitos, y a todos los demás para que no se encontraran con el ambiente
propicio para cometer ninguno. ¡Hasta dónde vamos a llegar!, clamará el pacato,
que no ve más allá que la pena cada vez más dura para el delincuente.
Pues
ahí lo tenemos, a nuestro paisano, a un pensador que se enfrenta a los hechos
de la vida con una mirada diferente, el catalejo abierto para mirar más allá de
sus narices, para intentar poner la inteligencia al servicio de la comunidad y
no el instinto vengador a favor del castigo ejemplar y de alimentar conciencias
primarias.
¿Cuáles
son esas causas que pueden motivar la comisión de delitos? Ahí ya le duele a la
sociedad, porque se siente concernida y con el culo al aire. Enseguida se abren
las puertas de la pobreza, de la injusticia, de la desigualdad de
oportunidades, la dependencia de valores no racionales… Para qué seguir. Estamos
ya en un Derecho Penal hecho pensamiento y no solo código, traspasado por los razonamientos
filosóficos y no por los instintos vengadores de una sociedad primaria. Este ya
es otro nivel, que supera la simple codificación, la estaca y el tente tieso;
esta es otra forma de ver el mundo, su desarrollo y su escala de valores.
Dorado
Montero analizaba su propia realidad y la de su entorno. Tampoco necesitaba
hacer demasiadas abstracciones. Lo que veían sus ojos y analizaba su conciencia
y su razonamiento no se le podía ir por los aires.
¿Qué
puede hacer cada uno de los lectores o curiosos con el pensamiento de Dorado
Montero? Pues cada cual sabrá hasta dónde se siente concernido y en qué medida
comparte sus razonamientos. Uno, que no es maestro de nada, pero que sí quiere
ser aprendiz de casi todo, y que ha repasado muchos cientos de páginas de
criterios filosóficos, termina por pensar que el esquema no es tan difícil:
mirar, observar, considerar, pensar, relacionar ideas, deducir, actuar. Acaso
no de manera tan brillante como Dorado Montero, pero tal vez de manera tan
lógica y eficaz como él. Al menos en el pequeño contexto en el que cada uno se
mueve.
Pues
eso, que a leerlo y al rincón de pensar.
Y
a Dorado Montero, en su centenario y siempre, gloria y honor. Sirvan las
palabras de Unamuno en su entierro: “Enterramos hoy (…) a este hombre civil,
amigo, maestro y consejero de todos; a este hombre que trabajó por la redención
de los delincuentes, porque sabía entender mejor que nadie aquellos versículos
de “No
juzguéis para no ser juzgados, porque con la medida que juzgáis seréis juzgados”
y lo enterramos en esta tierra sagrada y bendita, tierra bendecida y sagrada
por los que aquí reposan, bajo el mismo cielo que a todos cobija bajo su luz,
que a todos ilumina. (…) Recojamos el ejemplo de su vida y la enseñanza de sus
obras, ya tierra, para hacerlas, dentro de nosotros, semillas que fructifiquen,
con ansias de libertad”.
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