MIEDO AL MIEDO
Llegados a la cuarentena y, a pesar de seguir metidos de hoz y coz en la
dichosa pandemia, tal vez vaya siendo hora de empezar a mirar hacia el futuro.
No hay plazos seguros y todo sigue en la incertidumbre, pero hasta con ella
tendremos que acostumbrarnos a convivir.
Continúo huyendo de las disputas políticas y frecuento poco los medios
para librarme de esa otra pandemia. Lo que me llega de este campo no hace más
que ponerme de los nervios, porque no entiendo que no estemos todos a una en
esta guerra invisible.
El caso es que no acaba de dejarnos en paz una especie de desconfianza
que nos lleva al miedo. Y esto podría resultar peligroso si no lo sabemos
afrontar con calma y razón. El miedo en épocas de zozobra no es nuevo y recorre
toda nuestra civilización. Las mitologías abusan de esta arma y las religiones
también; sin una buena dosis de miedo tal vez no existirían. Si hacemos un
esquema rápido, podríamos ver un recorrido claro desde el caos, hacia los
mitos, desde estos a la religión, para desembocar más tarde en la razón. Pero,
al menor descuido, desandamos el camino y volvemos al punto de salida, que es
donde se instala y vive el miedo.
El esquema es sencillo y se repite. Algún tipo de orden y los que
detentan el poder exigen una jerarquización y un sometimiento irracional de
todos y de todo a sus deseos. Cuando se rompe esa jerarquía y alguien quiere
subir en la escala jerárquica sin orden ni permiso, se produce la hibris, una palabrota griega que
significa algo así como orgullo o soberbia. Pero enseguida actúa su opuesta, la
némesis, también palabra griega que
significa castigo. O sea, mantente en tu situación porque, si no, te puedes
encontrar con lo que no quieras. Es en este estado de desconfianza cuando se
produce el miedo y la inacción. De ese modo, se conserva la situación y el
status de cada cual, los dioses serán siempre los dioses, los sátrapas y
sacerdotes serán los intérpretes, y los demás a tirar con el miedo a cuestas.
Muchísimo de la mitología griega se explica por este esquema. Por ello
los castigos continuos y los cambios de figura de tantos personajes. A Prometeo
-por poner un ejemplo cualquiera- se le castigó a cadena perpetua y a que un
águila le coma los hígados continuamente por el atrevimiento de haber engañado
a Zeus. ¡Qué es eso de enfrentarse a la voluntad de un dios! Y así Tántalo y
Sísifo, y tantos y tantos.
El cristianismo trajo como nuevos los conceptos del amor y de la
compasión, lo que supuso un paso adelante importantísimo; pero el Libro también
está lleno de amenazas por todas partes, algunas de castigo eterno. Y a ver a quién
no le causa miedo algo así, nada menos que un castigo eterno. Pobrecitos de nosotros, como si siquiera
pudiéramos imaginarnos algo eterno y encima sufriendo calamidades. ¿Qué sentimiento
se apodera de cualquiera en esas condiciones? Pues el miedo, claro, qué menos
que dudar, temer y sentir miedo. Lo peor es que, en esa situación, todo nos
empuja a la inmovilidad y a la cesión de nuestras iniciativas, a echarnos en
manos de cualquiera que predique cualquier solución, por más irracional que
sea.
Ahora, para más inri, el miedo nos lo causa un bicho de tamaño ínfimo y
además invisible. Hombre, no hay derecho.
Bueno, pues a este individuo criminal se aconseja tenerle respeto, pero
no miedo irracional. A los valores y modos de vida que esta nueva situación nos
pueda imponer habría que mirarlos de frente y no dejar que nos metan también el
miedo en el cuerpo y en la mente. A ese miedo también hay que tenerle miedo. Y
mucho.
Día 41 de confinamiento, Ánimo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario