miércoles, 8 de abril de 2020

PERDONA A TU PUEBLO, SEÑOR


PERDONA A TU PUEBLO, SEÑOR
Tengo la costumbre de leer los Evangelios cuando llega la Semana Santa. Uno cada día es una buena dosis. Ahora que no son posibles las procesiones (a las que soy menos aficionado), muchos fieles podrían dedicar ese tiempo a la reflexión personal desde la fuente originaria. Al fin y al cabo, es el libro guía para miles de millones de personas y lo viene siendo desde hace casi dos mil años. Algo tiene que tener el río cuando suena.
El Antiguo Testamento me aterra directamente. Si acaso picoteo en el libro de los Salmos, de los proverbios o en el extraordinario libro de El Cantar de los Cantares.
Lo malo es que mis mejores intenciones y disposición se ven desilusionadas a medida que voy pasando páginas y me sumerjo en el ambiente y en los hechos.
Pero siempre vengo a concluir que el esquema general es el de un ambiente de miedo y de susto a fallar por cualquier sitio y a exponerte al castigo inmediato. Del evangelio de Mateo, y al azar, anoto: Recriminaciones a los escribas y fariseos: Colmad, pues, la medida de vuestros padres. Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparéis al juicio de la gehena? (23, 32-33); Y viendo una higuera cerca del camino, se fue a ella; peor no halló en ella más que hojas, y dijo: Que jamás nazca fruto de ti (21, 19); Cuidad que nadie os engañe (24,4); Y enviará sus ángeles con poderosa trompeta y reunirán de los cuatro vientos a los elegidos, desde un extremo del cielo hasta el otro (24, 31); Y dirá a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles (25, 41); Llegó Judas, uno de los doce, y con él una gran turba, armada de espadas y garrotes, enviada por los príncipes de los sacerdotes y los ancianos del pueblo (26, 47); Y (Judas)arrojando las monedas de plata al Templo, se retiró, fue y se ahorcó (27, 5); Y despojándole de sus vestiduras le echaron encima una clámide de púrpura, y, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron sobre la cabeza, y en la mano una caña; y doblando la rodilla delante de Él, se burlaban (27, 28); Reunidos en consejo los ancianos, tomaron bastante dinero y se lo dieron a los soldados, diciéndoles: Decid que, viviendo los discípulos de noche lo robaron (el cuerpo), mientras vosotros estabais dormidos (28, 12-14).
¿Por qué tanto susto y tanto miedo? ¿Cómo se puede concebir un dios que te los pone de corbata? ¿Dónde su misericordia, su claridad y su amor? Solo se puede entender la existencia de un dios que derrame amor y felicidad. En caso contrario, y como defensa personal, nos estaría poniendo en disposición de defendernos y hasta de luchar contra él.
A pesar de todo, creo que la religión cristiana incorpora a la tradición del mundo clásico los conceptos de compasión y de amor, lo que no es precisamente poco. Pero si vienen adobados con todo este ambiente de susto y de no te menees, ya me contarán.
A este dios del Libro habrá que despojarlo de todo rayo y trueno, de cualquier amenaza y misterio para convertirlo en un dios del amor y de la colaboración entre todos. También, en estos días, de las amenazas de las pandemias. También. Solo así tendrán un sentido más positivo y hermoso las semanas santas y los días del año.
A mi mente acude de nuevo la hermosa composición popular de don Antonio Machado, aquella Saeta que gritaba: Oh, no eres tú mi cantar, / no puedo cantar ni quiero / a ese Jesús del madero, / sino al que anduvo en el mar.
Tal vez yo no sepa leer y tenga que darle más vueltas a esto en el rincón de pensar. Y eso que creo que no le pongo mala disposición. Estos días de confinamiento y de Semana Santa en soledad no son mal contexto. A ello.
Día 25 de confinamiento. Ánimo.

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