martes, 21 de abril de 2020

DE PASCUAS EN LA TERRAZA


 DE PASCUAS EN LA TERRAZA

Ayer se tenía que haber celebrado en Salamanca el Lunes de Aguas. Supongo que, de alguna manera, muchos se las ingeniarían para darle al tintorro y al hornazo. Las nuevas tecnologías palian un poco las ausencias. Pero nada como las riberas del Tormes y las cuadrillas; sin su presencia real, todo es distinto.
Cuando yo era niño, en mi pueblo (el pueblo más bonito del mundo, por supuesto), el Domingo de Pascua, los menores (y muchos mayores) bajábamos hasta donde nuestra edad nos aconsejaba, río abajo, hasta Las Puentes (así, en femenino), a pasar la tarde, con nuestro hornazo, hecho en la tahona del pueblo, lleno de chorizo y de huevos cocidos, y con nuestra botellita a cuestas.
Estas y otras muchas tradiciones pascuales no eran ni son otra cosa que el pistoletazo de salida para dar noticia de que la primavera comenzaba, y con ella el resurgir de la vida, otro período de crecimiento de la naturaleza hasta su apoteosis en los días de verano y su decaimiento allá por las fechas en las que los calbotes, o más tarde las matanzas, señalaban de nuevo el recogimiento, el invierno y la espera de un nuevo ciclo.
Esta pandemia nos ha robado el mes de abril, pero nos ha negado también la explosión y el júbilo que suponen todas las fiestas de primavera. Se ha empeñado el maldito bicho en quedarse todo el campo para él y no deja que nadie lo moleste; por eso nos tiene metiditos en casa y mirando cómo la naturaleza sigue su camino sin descanso.
Ya sé que la naturaleza anda más limpia y con un color diáfano en sus verdes primaverales. Entiendo también que nos avisa para que no la maltratemos demasiado en nuestra convivencia con ella. Pero sé también que nos espera para compartir sus olores, sus colores, sus arco iris, sus regatos bajando de las sierras y todos esos senderos por los que han ido los pocos sabios que en el mundo han sido. Seguro que no se hace sin nosotros a su lado, sin que hollemos sus caminos y nos detengamos a pensar en su esencialidad y en su belleza. Al fin y al cabo, nosotros somos también naturaleza. Aunque solo lo seamos en una pequeña parte.
Habrá que ganarle la partida a esta situación para darnos a la vida, a esa que comenzábamos en cada ciclo con el hornazo y la botella, para extenderla hasta que, también con la naturaleza, nos recluíamos en nosotros mismos, al otro calorcito del invierno en casa.
Nos han trastornado el calendario; se le están cayendo demasiadas hojas y no es tiempo de ello, sino de que se llenen sus ramas y quede un paisaje frondoso en el que sentirnos vivos y contentos. Aunque sea poco a poco y asomándonos con cautela a él.
Día 38 de confinamiento. Ánimo

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Volveremos a ser senderistas de los caminos que aburridos nos esperan, si la naturaleza no nos los ha robado ya.