POR COMPASIÓN Y POR ESPERANZA
Resulta inevitable que, en estos días aciagos, nos aneguen los
sentimientos y las consideraciones que tienen que ver con la muerte. Es como si
hubiera venido a rondar por todas las calles y nos diera miedo a salir al balcón
a darle calabazas. Ahí sigue, insistiendo, como si tuviera que cantar todo el
repertorio, aunque no reciba más que silbidos y tomates en su cara. De poco nos
sirve, pues sigue llevándose a gente a su antojo y sin descanso.
Cuando una persona muere, morimos todos un poco con ella; pero por
separado, porque el ser humano muere siempre solo, por más que sus allegados lo
acompañen casi siempre. En estos momentos, hasta este consuelo les está negado.
Imagino cualquier caso en esos últimos momentos en los que se deben de juntar
sensaciones diversas, Siempre veo entre ellas la soledad y el miedo.
La soledad es el despojo de todos los secretos, la hora de la total
sinceridad, pero para uno mismo, sin mano que reciba las señales. Una persona
muere borracha de secretos que no se pueden comunicar a nadie y que ya para
nada sirven. Morir es despojarse del lenguaje, del lenguaje que articulaba las
relaciones personales, familiares, de amigos, de fe, intelectuales… ¿Cómo se
producirá este desmadejamiento, esta desposesión, este achicamiento, esta
disolución y esta inconsciencia? El espacio y el tiempo coinciden en ese adiós
para volverse nada. Porque el espacio y el tiempo no existen sin el ser humano.
El espacio y el tiempo son el ser humano en su realidad vital. El momento de la
muerte resulta ser el paso de la conciencia y de la articulación al del caos y
la inconsciencia, a la ceguera y a la nada.
Tal vez por todo ello se aparezca el miedo. El miedo a lo desconocido,
al no saber nada de nada, a notar que el pasado ya no pesa en el presente,
porque el presente sin el peso del pasado tampoco es nada. Si, además,
eliminamos la conciencia del futuro, la perspectiva del tiempo se anula y todo
pierde base, cimiento y fundamento. Y aparece el miedo.
Somos todos seres caminantes hacia el tiempo de la muerte, hacia el
lugar exacto de la muerte. Solo el dolor que dejamos en las personas que nos
quieren produce el bien preciado de la continuidad en el recuerdo. Hasta que
tenuemente dejemos todo en manos del olvido.
Es tiempo de recuerdo para todos los que la muerte ha sacado de sus
casas y han fallecido en la soledad y el miedo. También muchos en alguna oculta esperanza. Nos queda la obligación de su
evocación y su memoria. Por compasión y por esperanza.
Día 36 de confinamiento. Ánimo.
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