Ayer se tenía que haber celebrado en Salamanca el Lunes de Aguas. Supongo
que, de alguna manera, muchos se las ingeniarían para darle al tintorro y al
hornazo. Las nuevas tecnologías palian un poco las ausencias. Pero nada como
las riberas del Tormes y las cuadrillas; sin su presencia real, todo es
distinto.
Cuando yo era niño, en mi pueblo (el pueblo más bonito del mundo, por
supuesto), el Domingo de Pascua, los menores (y muchos mayores) bajábamos hasta
donde nuestra edad nos aconsejaba, río abajo, hasta Las Puentes (así, en
femenino), a pasar la tarde, con nuestro hornazo, hecho en la tahona del
pueblo, lleno de chorizo y de huevos cocidos, y con nuestra botellita a
cuestas.
Estas y otras muchas tradiciones pascuales no eran ni son otra cosa que el
pistoletazo de salida para dar noticia de que la primavera comenzaba, y con
ella el resurgir de la vida, otro período de crecimiento de la naturaleza hasta
su apoteosis en los días de verano y su decaimiento allá por las fechas en las
que los calbotes, o más tarde las matanzas, señalaban de nuevo el recogimiento,
el invierno y la espera de un nuevo ciclo.
Esta pandemia nos ha robado el mes de abril, pero nos ha negado también
la explosión y el júbilo que suponen todas las fiestas de primavera. Se ha
empeñado el maldito bicho en quedarse todo el campo para él y no deja que nadie
lo moleste; por eso nos tiene metiditos en casa y mirando cómo la naturaleza
sigue su camino sin descanso.
Ya sé que la naturaleza anda más limpia y con un color diáfano en sus
verdes primaverales. Entiendo también que nos avisa para que no la maltratemos
demasiado en nuestra convivencia con ella. Pero sé también que nos espera para
compartir sus olores, sus colores, sus arco iris, sus regatos bajando de las
sierras y todos esos senderos por los que han ido los pocos sabios que en el
mundo han sido. Seguro que no se hace sin nosotros a su lado, sin que hollemos
sus caminos y nos detengamos a pensar en su esencialidad y en su belleza. Al
fin y al cabo, nosotros somos también naturaleza. Aunque solo lo seamos en una
pequeña parte.
Habrá que ganarle la partida a esta situación para darnos a la vida, a
esa que comenzábamos en cada ciclo con el hornazo y la botella, para extenderla
hasta que, también con la naturaleza, nos recluíamos en nosotros mismos, al
otro calorcito del invierno en casa.
Nos han trastornado el calendario; se le están cayendo demasiadas hojas
y no es tiempo de ello, sino de que se llenen sus ramas y quede un paisaje
frondoso en el que sentirnos vivos y contentos. Aunque sea poco a poco y asomándonos
con cautela a él.
Día 38 de confinamiento. Ánimo
1 comentario:
Volveremos a ser senderistas de los caminos que aburridos nos esperan, si la naturaleza no nos los ha robado ya.
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