Ven conmigo. En silencio
inventemos los cauces del otoño,
desde la tenue luz que sueña con el día
hasta que nos embriague y deje exhaustos
el incendio febril del horizonte
cuando la tarde alienta sus últimas pasiones.
La lentitud del viento se hace salmo
entre el verdor transido de las ramas.
Déjate en sus murmullos
y olvídate sin prisas en sus sones.
Contempla
el ensimismamiento de los días,
sedientos y agostados, las eternas
encinas. Los gorriones
se desploman del cielo en puntiagudas
lanzas que hieren grises pastizales…
Todo denuncia levedad. Estorba
la culpa de la carne: su presencia
ya no es fruto en sazón.
Observa sin presura
las praderas con lentos animales,
que se han tornado viejos de repente,
la presencia del lodo y de la ciénaga,
donde abreva la sed sus sueños imposibles,
mira la luz del sol que llueve en tromba
buscando su dominio
sobre la gris ceniza de las nubes,
extrañas en la luz del horizonte.
Los árboles preparan su desnudo
y sienten el pudor en cada rama,
que ha de ofrecerse virgen
y conquistar el frío.
Morir en esta tarde es ofrecerse,
como un tributo más, a los dominios
del tiempo y de la luz de la memoria.
1 comentario:
Otoño que se hace desear para que nos consuele esta bella evocación.
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