Son las once y media de este último día del mes de octubre cuando escribo estas palabras apresuradas, que manan solas en un manantial agitado. Hace tan solo un rato que he vuelto del cine. Qué poco voy al cine últimamente. He visto y he sentido “La voz dormida”, una película de Benito Zambrano basada en la novela del mismo nombre de la escritora Dulce Chacón.
Había leído la novela pero no la tenía en mi mente y no la puse en paralelo con la película hasta que llevábamos diez minutos de proyección.
Parece que lo más justo sería que dijera algo acerca de las imágenes, de la luz, de las secuencias, del ritmo narrativo, de la caracterización de personajes…, o sea, dar alguna opinión acerca de los elementos que componen aquello que aspira sobre todo a ser una obra de arte ¿Para qué? Que lo hagan los críticos de cine, que para eso les pagan. Todo queda superado por la intensidad y el dramatismo de lo que allí se presenta. Es verdad que el director toma partido, es verdad que observo cierta exageración en las caracterizaciones, es verdad que el tema de la guerra (in)civil se repite con mucha frecuencia, es verdad que acaso falten contrapuntos, es verdad…
A la mierda con la verdad. La mayor verdad es reconocer de nuevo que aquello fue una barbarie en todos los niveles; la verdad es que los sucesos que en la película se narran fueron por desgracia el pan de cada día; la verdad es que el compincheo entre falange, ejército e iglesia resulta totalmente asqueroso; la verdad es que hubo muchísimo hijo de puta durante la guerra y, sobre todo, después de la guerra; la verdad es que todo fue un atropello y un sindiós, a pesar de tanto meapilas y tanta adoratriz; la verdad es que se me escurrieron demasiadas lágrimas en la oscuridad de la sala; la verdad es que estuve a punto de gritar de rabia desde mi butaca; la verdad es que la herencia de aquel desaguisado todavía anda por las calles; la verdad es que una dosis de este tipo de recuerdos viene muy bien pero muchos tragos resultan demasiado dolorosos; la verdad es que salimos con la salmodia de que lo peor es que todo lo que había aparecido en pantalla había sido, por desgracia, verdad; la verdad es que descubrí a una actriz maravillosa, María León, que había encontrado una entonación inocente, perfecto contraste al tono absolutamente dramático de la película; la verdad es que otra vez se demuestra que lo peor no fue la contienda sino los largos años posteriores; la verdad es que los muertos no fueron los únicos, ni acaso los principales, sufridores de tanto horror y de tanto odio acumulado sino sus familiares; la verdad es que, si hay paraíso, estará negado a aquellos que se dicen sus principales valedores por estos pagos; la verdad es que la película encierra muchas verdades terribles… Estas sí que son verdades, aunque no sean muy académicas.
Me asomo a internet para conocer alguna crítica de los profesionales de la misma y me encuentro con una de un tal José Arce que no hace referencia a casi ningún elemento de construcción formal, salvo a su “limpísima fotografía y disposición pictórica casi enfermiza”, y solo se fija en lo siguiente: “El cine español insiste en el tema de la Guerra Civil, con un drama excesivamente frío en su puesta en escena y planificación. Buenas interpretaciones y tendencias panfletarias para una propuesta incapaz de alcanzar un público nuevo”. La madre que lo parió.
1 comentario:
Cada guerra es un fraticidio, una barbarie, una expresion diabólica de que no existe un dios...esas mentes enfermizas matan mas allá de lo fisico..
saludos...
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