Mientras los llamados comunicadores, tertulianos, difamadores y otros grupos del montón siguen señalando con el dedo e incitando poco menos que al linchamiento a algunas personas que se salieron de una actuación ordenada en día de la huelga -como si lo fundamental fuera eso y no el valor o el significado negativo de la misma-,se nos han colado ya otros elementos no menos importantes que los que incluye la reforma laboral. Ayer mismo se aprobó el proyecto de presupuestos, esa ley general que marca las líneas de paso y de paseo para todo el año.
No tengo ningún interés en hacer índice de recortes en los mismos: andan en cualquier medio. Mi impresión general es negativa y basta. Además, no soy economista pero -lo diré una vez más- aspiro al sentido común, y aseguro que, si no se da luz al flujo de préstamos económicos para posibles inversores, ya pueden recortar, que la realidad les enseñará que mucho más les va a recortar el capítulo de ingresos y, de ese modo, nunca se ajustarán las sumas y las restas de las cuentas de la comunidad. Y todo eso en su sistema, en ese que nos convierte a todos en números y en siervos del PIB y del POB, como si no valiéramos algo más que una suma y una resta. Ellos sabrán y todos veremos pronto.
Hay un capítulo que me deja en una especial desazón. Se trata de la anulación en la práctica de la llamada Ley de Dependencia.
Sostengo que ha sido esta una de las mejores leyes que se han aprobado y promulgado en este país en los últimos decenios. Ellas sola habría podido valer para aprobar toda una legislatura. Quiero recordar, aunque sea algo anecdótico, que entonces era ministro el bejarano Jesús Caldera, el mismo que propició la reconstrucción del Hogar Buen Pastor de Béjar y el Centro de Referencia del Alzheimer de Salamanca, por ejemplo, y el mismo al que ni en su propio pueblo ni en la provincia casi nadie le regala nada salvo improperios, insidias y mentiras.
Dedico cada día varias horas como voluntario en una institución social bejarana sin ánimo de lucro: El Buen Pastor. Aquí es conocida como la Casa de Caridad. Viene recogiendo entre sus paredes a ancianos y necesitados desde nada menos que 1853. Poco tiene que ver la realidad actual de la misma con la que haya podido tener en otros tiempos, pero el espíritu sigue siendo el mismo y los fines que persigue también son los mismos.
Allí pasan los últimos años de su vida más de cien ancianos. Muchos de ellos, como marca el deterioro físico de toda naturaleza, necesitan cuidados especiales para que su supervivencia alcance los mínimos de dignidad. Una de las ayudas en las que la institución se apoya es precisamente la de la Ley de Dependencia. No la reciben demasiadas personas pero sirve muy bien para equilibrar otras situaciones deficitarias. Teníamos pensado un plan de petición de esta ayuda para un buen número de personas en los próximos meses, desde la actividad que tendrá que desarrollar la nueva Asistente Social. Todo se ha ido al limbo. Las consecuencias las veremos en otros apartados, por desgracia.
Es solo un caso, que cuento por lo bien que lo conozco en mi actividad diaria. Pienso en otras situaciones. Al menos nosotros somos un grupo de voluntarios que está siempre dispuesto a paliar las necesidades con su voluntad y con su trabajo. ¿Qué pasará por ejemplo en situaciones individuales de soledad?
Se conjugan en esta ley asuntos de todo tipo: económicos, éticos, morales, políticos, sociales, familiares… No parece que este sea el capitulo más indicado para eliminar prestaciones. No sé que principios éticos pueden sustentar estas decisiones. Acaso sea simplemente porque resulta más fácil hacer esta cuenta que marcar imposiciones a los capitales que andan escondidos por ahí a su antojo y abundancia. Y que, por desgracia, seguirán estando.
Y luego dicen que todos son iguales. Como si esta falsa ley de la equidistancia arreglara algo en la conciencia del que la practica.
El lunes volveré al Buen Pastor y seguiré animándome para ayudar en lo que pueda. La dignidad de la persona está muy por encima de estas burdas cuentas de estadistas que no llegan a ver más allá del número.
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