Siguen pasando los días y cada hora parece más explícita la verdad de que asistimos a una caída en picado de los derechos adquiridos por la mayoría de la población, de esos elementos de comportamiento que señalan una línea roja que nadie debería atreverse a cruzar, de esos principios que se han ido asentando y haciendo poso en cualquier escala de valores, por muy diferenciadas que estén las ideologías, de ese fondo difuso que ya formaba parte de la esencia del ser humano. Y lo peor es que parece que la caída no tiene límites.
De repente, todo se ha puesto en cuarentena y se ha dictado el estado de excepción para todos. De la noche a la mañana, parece que ha llegado un general que ha puesto a toda la tropa en alerta y atenta a sus órdenes personales. Ese general, por supuesto, es el dinero y son sus reglas, las reglas de aquellos que lo poseen. L a vida se ha despersonalizado y no tiene cara, parece que todos hubiéramos pasado a formar parte del coro de la tragedia griega, hoy europea, y que solo nos hayan dejado la función del lamento y de la exposición ciega de las verdades últimas a las que nadie hace caso.
Para que no se me olvide ni se le olvide a nadie, tengo que dejar anotado que casi todos los gobiernos, en eso que llamamos el Occidente y Europa, son de derecha, de esos que se vencen en dejar el timón al dinero y a sus vaivenes, de esos que han escondido al ser humano tras las cifras y las cuentas de resultados, de esos que han achicado la vida hasta el valor único de los productos interiores y exteriores.
En este desaguisado, la izquierda anda como perdida, sin discurso que plantear y sin líderes que se hagan visibles. La visibilidad depende en gran manera de los medios y estos andan también en el espectáculo y en sus propios intereses. Y en manos de la derecha también. No lo tiene nada fácil, pero tendrá que articularse esa izquierda de alguna manera, si no queremos dejar por el camino demasiados intereses y elementos débiles del sistema. Porque el asunto se arreglará, claro, pero nadie ha dicho a costa de qué y hasta de quiénes. Y ya se sabe que muerto el burro…
No tengo madera de líder ni por asomo, no me tienta ningún interés personal público, no aspiro a nada porque, entre otras cosas, no creo que nadie me haga caso. Pero siento que, en los años que vienen, algo tiene que estallar, alguna forma nueva tiene que tomar cuerpo y echarse a la calle. Si no es así, habrá unos que se adaptarán al sistema del imperio del dinero mejor que otros, y seguirán sobreviviendo los más fuertes, Darwin seguirá teniendo razón y hasta tal vez las cuentas parecerán más claras, sobre todo las llamadas grandes cuentas. Pero la intrahistoria, esa que afecta a todos y que llena la vida de cada uno en particular, será más oscura y olerá a injusticia y a sometimiento por todas partes. Y el ser humano será más pobre por más que las cuentas digan lo contrario.
Algunas ideas parecen muy claras y no entiendo que los que tienen oportunidad de ser escuchados no las proclamen. Ahí van dos o tres, por si acaso:
a) Al contrario de lo que se exhibe por ahí, la ideología tiene que estar en la base de las decisiones. Primero las ideas organizadas, o sea, las ideologías, y después los programas y los líderes que los desarrollen. Ninguna decisión sin una idea que la sostenga y que la explique.
b) Hacer real el sentido de la palabra democracia. Habrá que hacer entender que no es lo mismo la democracia teórica que la real, por desgracia, y que no conviene basar la vida en un perpetuo engaño. Sin la participación general no se puede hablar de democracia.
c) Esta participación democrática tiene que consistir en estos momentos, sobre todo, en el control de todos los poderes teóricos y reales por parte de todos. En ese sentido, convendría repensar el valor de cada uno de los tres poderes tradicionales para situarlos en su sitio justo, y revisar los poderes llamados fácticos, hoy verdaderos poderes en el día a día.
d) Si no somos capaces de al menos indexar más valores en un esquema ideológico que los estrictamente económicos, habremos reducido la vida humana a casi nada y habremos convertido a la persona simplemente en una unidad de producción, con sus plusvalías y engranajes en la cadena de producción y de consumo Qué pobreza.
e) No se puede permitir que la competición que establecen los mercados no sirva para hacer más fuerte y próspera a la comunidad entera. No pueden valer más las partes que el todo ni pueden manejar las minorías a las mayorías.
f) La actividad económica tiene que estar orientada siempre a la satisfacción del ser humano como tal, no a la cuenta de resultados de una compañía. No hay economía permisible que no tenga una clara orientación social.
g) Nada nos va a poder salvar si no partimos de la solemne convicción de que el ser humano como tal está por encima de todos los egoísmos comerciales y dinerarios. Tenemos que humanizar las ideas, los programas, los controles y las actividades.
Tampoco parece que el esquema sea tan intrincado. O tal ve sí. Qué sé yo.
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