El horno no está para bollos, pero yo me voy a vestir de panadero y dejo por hoy de lado sentimientos de otro tipo y asuntos públicos tan graves como los que se viven en esta piel de toro. Estoy jubilado, ando cansado ya casi a media noche y, si sigo engolfado en los asuntos sociales, me puede salir bilis por la boca. No tengo ganas. Aunque sé que no me lo debería permitir.
Hoy, de nuevo, prefiero tirarle de las orejas a Cervantes amablemente y como juego. No es más que una muestra más de la devoción que tengo a su libro inmortal. Está lleno de errores y de incoherencias, pero la espontaneidad y la sabiduría que encierra hacen olvidar cualquier pega o merma. Así que ahí va este juego.
Sancho ha dejado al caballero en Sierra Morena haciendo penitencia y en la duda de si debe imitar a Roldán o a su Amadís idolatrado. De una forma o de otra, no hará otra cosa que excentricidades y acciones que mueven tanto a la risa como a la compasión. Nuestro Sancho vuelve jinete en Rocinante, con el disparatado encargo de llevar a Dulcinea la carta de amor de su rendido caballero. Para más ridículo, la carta, escrita en cuaderno, se ha quedado en el monte con don Quijote. Menos mal que el escudero se acuerda de su contenido general. Cuando ha dejado el camino real y ha tomado otro nuevo, se topa con la venta de sus pasados manteos. Le toma el miedo, aunque no tanto como el de la noche de los batanes. Y hete aquí que allí se encuentra con el cura del pueblo y con el barbero, que urden la mejor forma de hacer volver al caballero hasta su pueblo. Será la segunda vuelta tras la primera y fugaz salida solitaria del caballero.
En estas están -Cap. XXVI- cuando el cura explica el plan al barbero y al escudero: “Después, habiendo bien pensado entre los dos el modo que tendrían para conseguir lo que deseaban, vino el cura en un pensamiento muy acomodado al gusto de don Quijote y para lo que ellos querían; y fue que dijo al barbero que lo que había pensado era que ÉL se vestiría en hábito de doncella andante, y que ÉL procurase ponerse lo mejor que pudiese como escudero, y que así irían adonde don Quijote estaba, fingiendo ser ELLA una doncella afligida y menesterosa, y le pediría un don, el cual él no podría dejarle de otorgar, como valeroso caballero andante.”
Sugiero la identificación significativa de los tres pronombres escritos con mayúscula. ¿Quién se viste de doncella? ¿Quién va a actuar como escudero? Parece fácil pero las interpretaciones pueden ser diversas. ¿Podía haber sido más preciso el uso de estos tres pronombres? Seguramente sí.
Tampoco se cae el mundo porque más adelante nos enteramos de toda la función y de su estrambótico resultado. Pero imaginarlo con anticipación, cuando el autor no es preciso del todo, no hace más que añadir morbillo al asunto y hasta interés.
Es verdad que no es el asunto del masculino como término no marcado –“Sexismo lingüístico y visibilidad de la mujer”-, ni tampoco son los recortes que conocemos o los más graves que se anuncian. Es un juego y me entretiene como tal en esta noche que no alcanza a atisbar aún la primavera.
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