No hago nada nuevo si repito que son muchos los millones de personas que ven en el Quijote una obra de alcance universal y que tiene que ser cuidada y elegida siempre entre el grupito de las elegidas. Yo mismo me declaro casi fervoroso lector de la obra de Cervantes. Cuando menos lo pienso, me veo de nuevo con el libro en las manos, enzarzado en otra nueva lectura, que siempre es nueva porque siempre descubro nuevas posibilidades e implicaciones. Desde ayer ya me ocupan otra vez sus páginas.
También se sabe muy bien que son incontables las reflexiones que sobre el mismo se han suscitado en todo tipo de formatos, de tal manera, que ni el más aguerrido cervantista podrá nunca alcanzarlas ni en la lectura ni en las intenciones e implicaciones.
Pero llama también mucho la atención que no se destaque a la vez el cúmulo de defectos que la obra presenta. Son muchísimos, y se pueden observar en cualquier nivel de análisis, desde el puramente gramatical (leísmos a centenares, por ejemplo) al de la cohesión, coherencia, orden, finales, digresiones… Sin duda ha de ser porque la excelencia del todo hace olvidar los posibles defectos de las partes.
Hoy quiero señalar lo que a mí me parece un error de bulto y de credibilidad. Con la mayor humildad y dejando constancia una vez más de mi admiración general.
Estamos en el Cap. VII de la primera parte. Don Quijote, después de su primera salida, ha vuelto a casa, molido ya y encima de jumento. Está en cama, en proceso de aparente recuperación. El cura del lugar, junto con el barbero, el ama y la sobrina, se dedican a expurgar la biblioteca de nuestro personaje. Llegan a tapiarla. Los devaneos caballerescos vuelven a la mente de don Quijote y, en estas, sin mediar razón alguna, se produce lo siguiente:
“En este tiempo solicitó don Quijote a un labrador vecino suyo, hombre de bien -si es que este título se le pude dar al que es pobre-, pero de muy poca sal en la mollera. En resolución, tanto le dijo, tanto le persuadió y prometió, que el pobre villano se determinó de salirse con él y servirle de escudero. Decíale entre otras cosas don Quijote que se dispusiese a ir con él de buena gana, porque tal vez le podía suceder aventura que ganase, en quítame allá esa pajas, alguna ínsula, y le dejase a él por gobernador de ella. Con estas promesas y otras tales, Sancho Panza, que así se llamaba el labrador, dejó su mujer e hijos y asentó por escudero de su vecino.”
Pero vamos a ver, buen amigo. ¿Así, por las buenas, sin más ni más, un hombre rudo se te asienta por escudero y nada menos que pensando desde el primer momento en el gobierno de una isla? En mi mente no encaja esto demasiado bien. Creo que conozco bastante bien el significado de “solicitar” en el contexto en el que se utiliza. Puedo incluso adivinar los devaneos en esas solicitaciones, aunque me las tengo que imaginar pues no hay detalle alguno de ellas. Tampoco se me escapa el grado de dependencia en aquel momento de un servidor respecto de su amo (aún llegué a conocer en mis años niños una relación de semiesclavitud). A todo esto podría llegar.
Pero imaginar a ese posterior escudero en su familia, lidiando con su mujer la decisión, pensando en sus hijos y en sus vecinos, soñándose en sus andanzas posteriores y además obsesionado desde el primer momento con la dichosita ínsula, de verdad que no lo veo verosímil. Pero si muy pronto se dice que era un zote, si se asegura, por vía de atenuación, que no podía ser “hombre de bien”. ¿Pero qué sabe él de gobernaciones de islas? Él no había leído libros de caballerías: no sabía leer el pobrecillo. No puede llegar así de golpe a llenar su cabeza con estas imágenes ¿No habría sido mejor que Sancho, el bendito Sancho, el personaje que más va a crecer a lo largo de la obra, hubiera entrado en ella más despacio y menos bruscamente? Porque a la tercera línea ya parece que su arquitectura y sus cualidades están determinadas para que guíen su comportamiento. Esta entrada tan brusca y sin graduación, este añadir un personaje como si fuera algo se usar y tirar, siendo así que se va a convertir en el coprotagonista de toda la inmortal obra, no me parece lo más logrado del libro que acabó con un género por desistimiento y rendición de los posibles seguidores de los libros de caballerías y que nos dejó un legado inmenso de sabiduría y de buen hacer.
En fin, es mi apreciación. Es el capítulo séptimo. Aguarda otras interpretaciones.
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