Pocos fines de semana aprovecho tanto como esos pocos que, al cabo del año, paso en Madrid. Los suelo encontrar con ganas, con la necesidad de cambiar de ambiente, de llenarme de otras imágenes y de darle una patada a la monotonía. Son calles, son gentes, son compras, son historia, son espectáculos, son familia…, son muchas cosas.
Procuro, como intento hacer siempre, no quedarme en la descripción de las cosas sino extraer algún pensamiento y alguna deducción que me sirvan personalmente en mi vida diaria y que sigan conformándome el pensamiento y la idea que de la vida pueda tener.
De todo lo de este fin de semana quiero dejar nota aquí de dos espectáculos a los que he asistido. El primero ha sido una representación teatral del dúo “Gomaespuma” en el teatro Calderón. El segundo, la visita a la exposición de obras de Dalí en el Museo de Arte Contemporáneo. En la primera, el par de humoristas hacían como que improvisaban -en realidad una buena parte era realmente improvisación, a partir de algún guion previo- acerca de su propia vida, sobre las noticias más destacadas en los medios ese mismo día, y en la interpretación de unas canciones a partir de preguntas que formulaban los propios espectadores. En la segunda, toda una antología del genio de Cadaqués colgaba en las paredes del museo.
De ambas creí obtener una conclusión que me reafirma en la importancia que tiene la relación entre la persona y el artista. Guillermo Fesser y Juan Luis Cano, el dúo Gomaespuma, no necesitaron acudir a experiencias exteriores para mostrarnos en forma divertida e inteligente -a veces había bajones evidentes- los avatares de la vida y esas minucias que van componiendo la existencia de cada uno de nosotros. De ese modo, cualquier vida se convierte en una representación y, en este caso, lo único que se añade es una forma especial de contarla y de comunicarla. Nada más. Y nada menos. Sin ambientaciones, sin jerarquizaciones, sin localizaciones, sin nada. El título era bien expresivo: “Nadie sabe nada”. El espectador no sabía nada de lo que iba a ocurrir, los actores aparentemente tampoco. Y, sin embargo, todos nos identificamos en el relato que allí se desgranó.
La exposición de Dalí volvió a confirmarme en la idea de que estaba ante un genio especialísimo del dibujo y de la pintura, lo mismo que estaba ante una persona totalmente singular e irrepetible. En Dalí también se mezclan los elementos artísticos –la pintura y el dibujo, en este caso- con los demonios y los ángeles interiores del propio autor. La densidad y hasta el sobrecogimiento que provoca su pintura tiene que ver con un contraste brutal entre los elementos más figurativos -siempre presentes, a pesar de todo, en sus obras- con las desfiguraciones y con la destrucción de esa realidad, provocada por las manías y por las obsesiones personales. Su surrealismo termina siendo un surrealismo controlado, una distorsión de una realidad que tiene unas cuantas claves, casi siempre personales, visibles en los cuadros. Tampoco el pintor tuvo que irse demasiado lejos para indagar y para manifestarse. Demasiado tuvo con mirarse a sí mismo y con sonsacarse y retorcerse hasta quedarse en cueros y a la intemperie ante sí mismo y ante el espectador. Y lo que le pasa con el contraste de colores (muchas veces da la impresión de añadir distorsiones grisáceas sobre un fondo de fotografía) pasa con el contraste de ideas (sus obsesiones familiares y sexuales andan siempre a la greña con otros elementos más externos). Todo ello da un resultado de sobrecogimiento absolutamente turbador. Un genio este loco y extravagante pintor. Yo no sé si, como decía él, él era el surrealismo; sí creo que él era una especie única de surrealismo.
Pero en ambos casos la base, el punto de partida, el almacén de datos, no estaba lejos sino en los mismos artistas, en su vida y milagros, en lo que ellos habían rozado con su propia piel. Seguramente este tipo de arte tiene peligros de embolsamiento, de reduccionismo, de no salir apenas del yo, de empequeñecimiento de la vida… Seguramente, pero qué le vamos a hacer, no se puede atender a todo ni a todos. A cambio creo que gana en intensidad y en humanidad, en atractivo y en sinceridad, en coherencia y en capacidad de seducción.
Como todo lo que sucede en la vida tiene emisor y receptor, se entiende que estos valores han de ser trasladados al espectador, a su vida, a sus quehaceres, a sus inquietudes, a su comportamiento, a sus pruritos creativos, a su ir y venir de cada día. Porque todo arte es arte, pero también es una carga de ejemplo y de efecto pedagógico.
Creo que este fin de semana hubo muy buenos maestros, no sé si habría buenos discípulos.
Y, por supuesto, hubo mucho más, pero aquí basta con estas dos anotaciones.
2 comentarios:
Dalí, autoproclamado de derechas y adepto al régimen de Franco.
No entiendo que la obra de un gran artista tenga nada que ver con su ideologia politica...has hecho un gran comentario y dice mucho de tu tolerancia.
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