Estoy afiiliado a un sindicato desde hace no sé cuántos decenios. He
pagado y sigo pagando mi cuota, una cuota que sé que ahora es menor por mi
condición de jubilado y que, si he de decir la verdad, no sé a cuánto asciende
ni en realidad lo he sabido nunca. No tengo recuerdos de que ese sindicato me
haya solucionado ningún contratiempo: será prueba de que no lo he necesitado y
de que, en realidad, si he sido y soy afiliado, lo soy por testimonio más que
por necesidad. Suerte que tengo y nada más. El sindicato al que estoy afiliado
es, por supuesto, de los de clase. Pocas cosas entiendo más egoístas y
perniciosas que un sindicato corporativo pues me parece que no es otra cosa que
una empresa con cara embadurnada que se ocupa solo de sus afiliados aunque en
el resto del mundo se esté produciendo una guerra nuclear. La mejor prueba es
que casi todos ellos son de derechas y tienen como afiliados a gentes que
llegan bien a fin de mes, cuando no son auténticos privilegiados (pilotos,
maquinistas…). Bien poco les ocupa a estos sujetos si el índice de la vida sube
o baja, con tal de que su convenio, y solo el suyo, se redacte con cláusulas
generosas para ellos.
Pero es que los otros, los de clase, aquellos que en teoría se ocupan
de todos, encajan sus demandas en una concepción social global, y son producto
de una ideología determinada de izquierdas (por supuesto que son ideológicos,
¿qué iban a ser, si no, egoístas como los otros?) andan también de capa caída.
Entre todos se han ocupado de matarlos para que ellos solos se mueran.
Las reformas laborales los han dejado en vanguardia, como únicos
defensores de los escasísimos derechos laborales que aún se conservan y como
conjuntos que gritan la necesidad de negociar en conjunto y no uno por uno y en
total desigualdad con el patrono. Si ahora el trabajador no se da cuenta de la
necesidad que tiene de afiliarse y de sentirse arropado por un colectivo y por
una ideología social que defienda al más necesitado, esto estará herido y en la
UCI para mucho tiempo y las bacterias se harán resistentes hasta comerse al
enfermo.
Casi todos los medios de comunicación están en manos del dinero y de
la derecha, sirven a quien sirven y no tiran piedras contra su tejado. O tal
vez sí porque una vez muerto el burro… Llevan muchísimo tiempo en campaña
absoluta de desprecio contra estas organizaciones sindicales y lo hacen de mil
maneras: no dejando que se defiendan públicamente, destacando día a día
cualquier desliz, exagerando las noticias, eliminando actividades, mofándose de
las personas, mintiendo simple y llanamente… Las televisiones del TDP son un
ejemplo inmejorable de ello, la emisora de la iglesia a la cabeza, como
siempre. Desde su tendenciosidad tan burda y en condiciones normales, tendrían
que ser, por reacción, un manantial inagotable de nuevos afiliados a los
sindicatos a los que denigra. Estos, entre aquello de la aguja y los ricos, y
lo del látigo del templo, si hay cielo, lo van a tener complicado para
traspasar las puertas de entrada.
Falta, a pesar de todos los pesares, que son muchísimos, la actividad
real de los propios sindicatos de clase. Y con frecuencia no parece la más ejemplar. Sacar a relucir cualquier detalle y
exagerarlo no quiere decir que no exista el detalle y, a veces el abuso
evidente. Cuando esto se produce en tiempo de escasez, el resultado social es
menos soportable.
Algo de esto es lo que ha pasado en Andalucía con la UGT. El chocolate
del loro comparado con otras actuaciones, pero chocolate al fin, y ejemplo de
lo que no se debe hacer nunca. Devolución de lo sustraído, condena si ha lugar
y renuncia social de los responsables son las condiciones que, solo en parte,
reparan el desaguisado. La renuncia de su máximo dirigente ya se ha producido,
la devolución se ha de hacer si la justicia condena. Pedir perdón públicamente,
si se concreta la condena, debería ser también acto exigido. Veremos. Es la
mejor ayuda para exigir a los demás algo parecido.
Asuntos de este tipo debilitan conceptual y materialmente a una
organización de esta clase, pero no anulan la verdad o maldad de sus
fundamentos, que siguen en pie y con más necesidad que nunca en este ambiente
de desamparo legal para los más
necesitados. A ver si volvemos también la mirada a esos fundamentos y los
discutimos. No sé si en eso estarán también interesados los dueños de los
medios de comunicación, pero sospecho que no le van a poner el mismo
entusiasmo. Y, si queda tiempo, que se analice lo que comporta hacerse casi
eterno en un cargo y la tendencia a las corruptelas a que invita, que tal vez
ese sea uno de los fundamentos de tantas corrupciones como vemos a diario. En
todos los cargos, claro, no solo en los de los demás. Porque digo yo que será
parecido en los medios de comunicación, en las compañías económicas y en
cualquier grupo social. Pero indagar en eso puede levantar ampollas y puede
hacer aflorar consecuencias no esperadas.
Así que a la calle con todos, con los de un lado y con los de otro, al
cabo de un tiempo prudencial. Los salvadores no valen nunca, pero menos si se
convierten en eternos, porque les corroe la tentación de convertirse en dioses.
Y luego se aprenden lo de Júpiter y actúan a su antojo. Y los pobres mortales
no andamos para tanto juego macabro.
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