Las efemérides son como un arcón cerrado con siete llaves que guarda un
tesoro escondido con llamada retardada. Cuando no es la hora, el silencio se
impone y casi el olvido, pero, cuando llega el momento, algún timbre nos
recuerda que allí se esconde algo importante, alguna vivencia que necesita
ponerse al día, salir del cajón y mostrarse a todo el mundo.
Hoy ha sonado el timbre y se ha disparado el pistoletazo de salida de uno
de esos hechos que es obligatorio recordar. Tal día como hoy, hace exactamente
un siglo, el día 16 de diciembre de 1913, comenzaba en Béjar una huelga textil
que iba a durar hasta bien entrado el mes de julio del año siguiente, nada
menos que siete meses interminables. En ella se jugaban esencialmente dos
cosas.
La primera era la mejora de la situación salarial y la regulación de
horario de los obreros. Hay estimaciones hechas en aquellos mismos momentos que
demostraban la imposibilidad de la supervivencia en una familia con los sueldos
que se pagaban. Menos mal que ya entonces el trabajo de la mujer en esta
industria ayudaba a la supervivencia de la familia.
La segunda era, a pesar de lo que pueda parecer, mucho más importante. Se trataba
de seguir controlando la contratación de nuevos obreros por las sociedades obreras
de la época. En esas contrataciones intervenían estas asociaciones obreras y la
actividad laboral se detenía cuando no era así. Muchos pueden pensar que, si el
patrón paga, también tiene que ser el que contrate a quien le parezca bien. El
asunto es algo más complejo que esta sencilla ecuación. Cuando se contrata de
uno en uno, toda la ventaja, por supuesto, la tiene el contratador, que puede
elegir al más sumiso y al precio que mejor le convenga. La fuerza colectiva del
trabajador se pierde totalmente con esta fórmula, los convenios colectivos ni
se imaginan y las condiciones generales se deterioran. Y no solo para el
trabajador sino también, a la larga, para el patrón.
Esta larguísima huelga, que fue ejemplo para toda España y que recibió
solidaridad de toda la población bejarana y de organizaciones trabajadoras de todo
el país, terminó con un laudo de obligado cumplimiento que dejó el derecho de
contratación en manos de los patronos y que terció en términos económicos entre
lo que pedían unos y otros. En palabras cortas y por derecho, la huelga la
perdieron los obreros. Aquellos obreros que tanto se esforzaron por los
derechos de todos sus compañeros.
Pero hay pérdidas que son victorias, porque su ejemplo sirvió en adelante
para nuevas luchas y difíciles conquistas laborales.
Uno echa la vista afuera y ve lo que sucede hoy en esta ciudad estrecha y
en esta piel de toro. El panorama no es precisamente muy halagüeño. La situación,
mutatis mutandis, se repite de manera casi exacta. La nueva reforma laboral ha
dejado a las organizaciones obreras en pañales y sin fuerza para plantear
convenios colectivos y defensas generales de los trabajadores. Las
consecuencias están a la vista hasta de los ciegos: condiciones laborales paupérrimas,
contratos temporales, sueldos ridículos, ninguna seguridad, desconfianza
general, egoísmo por todas partes, imposibilidad de proyectos vitales sólidos,
y, por si fuera poco, empobrecimiento galopante.
Hace algunos meses concreté un artículo largo (unas 20 páginas) para la
revista del Centro de Estudios Bejaranos que recuerda y revisa esta huelga. Por
respeto a la propia revista, que se presenta en los próximos días, no cuelgo
aquí ese trabajo, pero lo haré después, para que esté al alcance de cualquiera.
La ciudad vibró con aquella huelga porque todo el mundo estuvo implicado y
luchó por unos ideales claros. Desgraciadamente no es el panorama actual. Cada
cual debería saber a qué atenerse.
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