Estas semanas de cambios de planes en las que elimino la salida al campo de
los sábados y la sustituyo por mi visita a Ávila a ver a los míos, me deja la
otra mitad como de sorpresa, como de tiempo más alargado y amplio, como de
calorcito y recogida en casa.
He pasado todo el día (además de los días anteriores) leyendo el libro “Los
versos satánicos”, Salman Rushdie, aquel famoso libro que, hace ya unos años,
levantó tanta polvareda y provocó hasta una fatwa contra el escritor y quemas y
protestas por todo el mundo musulmán y menos musulmán. No lo había leído, como
tampoco he leído tantos otros. Y eso que mi ritmo de lectura es alto: debe
acercarse al centenar de títulos los que he leído durante este año (algún día
los anotaré aquí).
El libro es extenso (más de quinientas páginas) y profuso, mezcla varias
historias y diversos tiempos en un vaivén que no resulta sencillo seguir. No
creo que sea para lectores no iniciados.
No sé cuántas personas en realidad lo han leído pero sospecho que no
demasiadas, a pesar de la enorme propaganda que se generó a su alrededor.
En realidad, a mí del libro lo que realmente me interesa es la capacidad léxica
e imaginativa del autor y su talento para tejer historias distintas en un mismo
texto. Y, por encima de todo, lo que suscitó y suscita uno de los asuntos
tratados, el principal, pero no el único. En este caso es la religión
musulmana, pero podía haber sido cualquier otra religión.
La religión es la puerta de entrada en el fanatismo si no se acude a ella
con muchísima cautela y con una mente abierta. Lo malo es que, si se acude a
ella con esta predisposición, acaso muchas de sus hojas oscuras se le caen al
suelo y son trituradas en el abono del sentido común y de la inteligencia. Es
cierto que en este libro se desmitifican elementos del islam, algunos de los más
importantes, pero se hace desde un contexto novelesco y muchas veces humorístico.
Sucede que, si se intenta leer como reflexión racional, terminan por aparecer
los mismos resultados; en esos casos, cuando el intérprete es un
fundamentalista, los niveles se confunden, las conclusiones se ajustan a esa
voluntad “iluminada” y es eso lo que se impone al común de los fieles. Después
sucede lo que sucede.
El esquema se repite en todas las religiones: en todas falta la
interpretación variada, sobra el misterio y no se da cabida a la razón. Y no
hay tribunales de apelación que valgan, son los que son, se eligen entre ellos
y se erigen en voces únicas en la verdad del dios que les informa.
En occidente llevamos varios siglos luchando contra la imposición de la fe
en el mundo común de la razón. Es el resumen de lo que llamamos modernidad. En
otras latitudes parece que la modernidad aún no ha llamado a la puerta y siguen
bajo el miedo del intérprete del misterio.
Después la convivencia se hace muy difícil porque las prácticas diarias
resultan muy diferentes, y la convivencia es el roce y el intercambio sobre todo.
No hay más que echar una mirada a la Historia o gastar unos minutos
contemplando lo que sucede ahora mismo en nombre de la religión en el mundo y
echarse a temblar. También y sobre todo en nombre del islam.
Qué difícil nos lo ponemos todo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario