Me
cuesta muchos días sentarme ante las teclas por miedo a repetirme demasiado. MI
vida soy yo mismo y lo que ven mis ojos y anotan mis sentidos. Es mi mundo y es
todo, todo lo que es mi mundo. Pido a los otros y me pido a mí mismo escribir
siempre con algo de alcance, con la intención de que lo que diga llegue algo más
allá de la anécdota que cuente y que, por analogía o por la alusión, cualquier
otro se sienta concernido. Qué difícil es eso casi siempre. Sobre todo porque
los asuntos se me repiten y me certifican que la vida, mi vida, se encauza en
conductos estrechos y pequeños. Por eso hay días en los que parece que aquello
a lo que me obligo es a matar el gusanillo de la repetición aunque la ideas se
me resista.
Matemos
hoy el gusanillo. Y no sería malo saber de qué estamos hablando. Es un dicho,
una máxima, una conseja, una sentencia, un refrán, un proverbio… Cualquiera de
esas cosas. Sin ganas de mayores precisiones.
Matar
el gusanillo creo que lo decimos de concretar algo por lo que sentimos ganas,
con intención de que ese “gusanillo” nos deje de solicitar y de causarnos
deseo. Yo mismo estaría ahora matando el gusanillo para quitarme las ganas de
teclear unas líneas en el ordenador, unas ganas que no me dejaban tranquilo.
Los
dichos tienen muchas veces un sentido y un uso metafórico y no saber aplicarlo
es quedarse a dos velas o no saber de la misa la media. Pero no solo es
interesante el uso correcto de los mismos; también lo es el conocimiento de su
origen, no siempre sencillo.
El
caso del gusanillo puede ejemplificar bien esta curiosidad. En realidad, “matar
el gusanillo” tiene su significado originario en “tomar una copa de aguardiente
por la mañana; si puede ser en ayunas, mejor”.
Como
sucede tantas veces, la primera lectura nos deja a la intemperie mental. Y es
que los tiempos y las ciencias avanzan que es una barbaridad. La realidad es
que se hunde en la creencia de que en el estómago de cada hijo de vecino se
esconde un “gusanillo”, un gusanillo que pide su ración de comida y que rasca y
recuerda su petición a cada instante. Después de toda una noche, no es difícil
entender que sea por la mañana cuando con más fuerza exija sus derechos. No sé
si no sería mejor echarle la comida correspondiente que atontarlo con algo de
alcohol, pero lo cierto es que el aguardiente lo atontaría y lo dejaría en
reserva por un rato, precisamente hasta el momento del desayuno o del almuerzo.
Así
que, ver a uno echando un buen trago de aguardiente a hora temprana es
certificar que anda matando el gusanillo, el parásito que le ronda el intestino
y que le pide su ración. Así se explica que muchos sigan dándole a la botella
con esa ración de alcohol.
A
partir de ahí, se extienden los usos analógicos, o menos analógicos y más
caprichosos, que la vida va regalando.
Yo
mismo, los sábados suelo matar el gusanillo en el campo con una visita al buen
aguardiente que prepara Manolo, con su cóctel de hierbas incluido. Eso sí, lo
hago después de otra viandas y cuando el té me lo pide como complemento. Creo
que mañana también mataré el gusanillo, aunque tenga que ser de mis reservas,
pues Manolo me ha dicho que no puede asistir.
1 comentario:
Pues matemos el gusanillo cuando podamos.Me apunto.
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