lunes, 9 de diciembre de 2013

APRENDIENDO A CUIDAR

   
Me siguen llegando libros que procuro leer al ritmo que puedo y sé. Creo que mi ritmo sigue siendo alto, pero me gustaría compararlo con el de otras personas; no por ninguna exhibición, que todo depende de muchos factores y no tengo ganas de ganar ni de perder ninguna carrera, sino por conocer realmente en qué puede consistir, aplicado a esta realidad, el concepto de mucho o poco.
Tengo claro que buena parte de mi cultura y de mi pensamiento tiene que ver con la letra impresa y con los miles de páginas que han fotografiado mis ojos a lo largo de los años. Tampoco sé si esto es lo mejor o si hubiera resultado más agradable o provechoso haberse apoyado en la experiencia más directa, la de la vida de la calle, esa que parece menos elaborada pero más inmediata y acaso práctica. Quién lo puede saber…
De las lecturas procuro extraer ideas y, a veces, recojo y anoto párrafos enteros que, por la razón que sea, me conmueven y me animan a pensar en lo que contienen. Alguna vez los paso a esta ventana que va componiendo la huella de mis días.
Hoy copio una página de Antonio Gala, de su libro “Las afueras de Dios”. Tiene que ver con el mundo de los ancianos en su vertiente de alzheimer. Seguro que alguna vez lo he confesado. Lo vuelvo a hacer: este autor me parece que aporta una sensibilidad y un dominio del idioma y de los sentimientos como ningún otro en la literatura actual. Sé que es una opinión arriesgada, pero es la mía. Ahí va:
“Lo mejor para el anciano con alzheimer es permanecer el mayor tiempo posible en su hogar con los suyos; para eso la familia  requiere formación y recursos. Porque no es nada fácil convivir con él. El espacio que ocupe ha de ser sencillo y despojado, con elementos fijos que lo identifiquen; con relojes y calendarios grandes, que orienten al que era su dueño; con carteles que señalen la ventana, el baño, la salida… La cama, exenta, para poder bajarse por ambos lados; una luz, encendida siempre durante la noche, para alejar los noctium phantasmata; en el armario, la ropa imprescindible: zapatos sin cordones, botones sustituidos por velcros; nada de espejos por si se mira y no se reconoce y le produce horror aquel que ve; las bañeras, con barras y cintas antideslizantes; la ducha, con mandos de temperatura inamovibles. Por Dios, que no haya ruidos ni confusión, que nada le perturbe más todavía, que cada hora de cada día que aún le quede sea una rutina estable.
A veces, no siempre pero a veces, podrá mostrarse agresivo. En estos casos hay que calmarlo con dulzura, con palabras muy suaves, abrazarlo, eliminar lo que le irrita. No tratar de que razone: no le es posible razonar. No afearle su conducta: no lo entendería. Cuando se niegue a cooperar, a comer o a vestirse, hay que observar qué es lo que le trastorna y evitarlo; pero lo mejor es no insistir, distraerlo de aquello que lo enoja. Le asaltarán a veces, y hay que estar preparados, ideas obsesivas: levantase de noche y salir a la calle, o repetir incansablemente la misma pregunta. Es preciso actuar con delicadeza, responderle sin impaciencia, muy despacio, tratando después de entretenerlo con alguna propuesta distinta o con algún otro proyecto mejor. Puede llegar el caso, y llegará, de la regresión a la infancia, con una gran desinhibición sexual: puede perder el pudor e intentar tocamientos. No se le ha de reñir, no se le ha de avergonzar: no es responsable…
Y cada vez tendrá más importancia la comunicación no verbal; las palabras acaban por perder su sentido. Para hacerle comer habrá que masticar enfrente de él; la expresión del cuidador nunca será de cólera o de preocupación, porque influirá en su ánimo y lo empeorará todo. Hay que hablarle despacio con frases cortas y palabras sencillas, gesticular muy poco a poco… Y, no obstante, no se le ha de excluir de la convivencia ni de las conversaciones. Y, sobre todo, tocarlo con afecto, acariciarlo, mirarlo con cariño y sonreírle: esa es la mejor forma de suministrar seguridad a él y a todos. Una tenue y volátil seguridad, tan lábil como la de una nube, a un ser ya sin raíces, a  un niño sin futuro que desaprende en lugar de aprender, preso en su laberinto.”
Son palabras escritas hace casi quince años. Cada día, por diversas razones, la enfermedad de alzheimer se extiende y acompaña a más ancianos en el último tramo del camino vital. El escritor no es un especialista en esta medicina, pero parece que lo fuera. Buena parte, no de la cura pero sí del mantenimiento razonable, está en estas líneas. Me entran deseos de llevarlas al Buen Pastor y pedir que las cuelguen por las paredes. También yo las debería tener presentes cuando la ocasión lo requiera.

P.D. Por supuesto que estas líneas están en la trama literaria y mental de una historia más larga y cargada de otros contenidos, pero parece que sirven por sí solas.

3 comentarios:

mojadopapel dijo...

Jo, Antonio, es bello y real lo que leo, pero espeluznante...me has hecho tomar conciencia inmediata de una posibilidad más que probable y asusta la cercanía.
En cuanto a la primera parte del texto y tu posible pregunta por comparación puedo decirte que, en mi caso, yo soy de las personas que he basado mi experiencia vital en la relación humana directa, y no en la cultural, me avergüenzo por ello y estoy en recuperar el tiempo perdido...pero en mi opinión, las dos formas me demuestran que son igualmente válidas y conforman los seres que somos.

Gelu dijo...

Buenas noches, profesor Gutiérrez Turrión:

Intentaré hacer varias entradas dedicadas a las personas que sufren esta enfermedad.
He ido al libro de Antonio Gala, y me ha sorprendido lo rápido que han pasado 14 años.
Recordaba ideas generales del argumento. Y a la protagonista hermana Nazaret, Clara Ribalta, y que citaba Burgos, y a las hermanas de la Misericordia de Medina de Pomar...
Iba a enlazarle el 'Asturias, patria querida', que cantaba Rosita (pág.87) o escuchar a Miguel tocar el 'Venid y vamos todos con flores a María' o ‘El vino que tiene Asunción’(pág.88),
pero he preferido dejarle la música que emanaba de una radio de pilas y que conmovió a la monja.
Hay que aprender a cuidar a los ancianos, en cada casa, en el Buen Pastor, en el asilo de Córdoba, ...
Y que no tengan que preguntar tan preocupados, como Fuensanta (pág.352)
"-¿Este sitio es muy caro? "

Saludos.

henarma dijo...

Que comprensivo...