Se
le caen las últimas páginas al libro de 2013, como se les desploman las postreras
hojas perezosas a los plataneros. Pero, mientras las hojas de los árboles se
renuevan en silencio y nos dan una tregua en espera de su resurrección a la
vida, las del calendario no son más que un suma y sigue en la partición inútil
del tiempo, de esa cosa extraña, constante e interminable que llamamos tiempo.
Aquí no hay ni tiempos muertos ni descansos ni intermedios: todo sigue su ritmo
y su causa como si no tuviera conciencia ni se dejara moldear por nadie. Y mira
que lo intentamos pues acaso es lo único que hacemos, o intentamos, en nuestra
estancia en esto que llamamos vida.
Se
nos van las horas, se nos van los días, se nos van los meses, se nos van los
años… Se nos va la vida, nuestra conciencia de ser y de existir, nuestra
insatisfacción y nuestra conciencia de
que andamos por ahí, en medio del todo y de la nada, en el increíble vértigo
del tiempo y del espacio.
Tal
vez por ello, acobardados, o animosos, o tal vez gozosos y hasta eufóricos,
reunimos y tanteamos el pasado en sus recuerdos más sonados y vigorosos,
aquellos que han sido capaces de dejar huella en nuestra continuidad y en el
poso que nos hace creer que seguimos siendo algo y siempre lo mismo. O alargamos
la mano al futuro, como si, ilusos, pudiéramos algo con él, contra él o sin él.
¿Somos
lo que hemos sido, lo que somos o lo que queremos ser? Difícil cuestión. Por
eso hay que dar por bueno cualquier recuento, cualquier descripción que no se
aleje del sentido común y cualquier deseo que no se vaya lejos de la
posibilidades más comunes. Miro y resumo el año que se va, me siento en la
situación actual e imagino algo del
futuro en deseos y en ganas.
Ahorro
los detalles pero, en medio de este mundo, me siento desnortado, marginado y
marginal, desapruebo buena parte de su escala de valores y, a pesar de todo, me
sigo sintiendo un privilegiado. Me alcanza para comprar lo que necesito para la
supervivencia, no me encuentro mal de salud, tengo cerca algunas personas que
me aguantan y creo que hasta me quieren, no poseo aspiraciones de esas que me
obliguen a someterme a las obligaciones de esta sociedad de cuya escala de
valores reniego, soy dueño de tiempo libre, cultivo algunas aficiones con las
que me siento reconfortado… ¿Qué más puedo pedir?
Pero,
como sé que la vida se mide también en parámetros colectivos y también me
declaro antisistema, me gustaría que cambiara el que me acoge y me soporta, y
me gustaría que se cambiara por otro más habitable y menos egoísta, más basado
en la competencia y menos en la competitividad, más anclado en el ser humano
con valores de igualdad y menos en la clasificación según las cuentas
corrientes, más reducido al sentido común y a la buena voluntad como normas de
conducta de cada ciudadano.
Como
sé que estos son deseos generales, debería intentar aplicármelos a mí mismo y a
mi propia conducta, esa conducta que me debería llevar a alejarme y a perderme en
el tiempo con tranquilidad y algún grado de serenidad y de resignación ante lo
que no dependa de mí,
Vuelvo
a hacer mío el viejo lema de aspirar a querer y a ser querido como bien más
preciado. De cómo sea ese querer y ser querido ya dará cuenta el tiempo. Porque
amanecerá Dios y medraremos.
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