Ayer,
mientras disfrutaba de las últimas horas con mi nieta, que ya me dejó hasta
vísperas de reyes, se celebraba en Madrid una reunión que llaman de la familia
cristiana, al mando de Rouco y sus seguidores. En todas estas concentraciones
se amalgaman casi todos los elementos que propician un cóctel mitad botellón
mitad mística, en el que, llegados a cierto límite de ingestión mental, todo
cabe y es recibido como comida celestial.
Como
siempre, mis respetos para todos ellos; algo menos para sus apreciaciones e
ideas. Sobre todo por dos razones.
La
primera es por ese empeño de hacer saber a todo el mundo la máxima de que lo
bueno y único es lo mío y que no hay sitio para otros prismas ni para otras
concepciones. Para rematar la jugada y dejarme conmocionado, además se
consideran perseguidos y se vienen arriba desde esa situación anímica.
La
segunda tiene que ver con la forma en que se me caen los palos del sombrajo
cuando trato de aplicar sus datos y sus concepciones.
Veamos:
familia cristiana, que tiene como referente la familia bíblica, con hijo
inesperado, matrimonio sin consumar, padre revuelto en sus pensamientos, sin
enterarse de nada y consentido, y, por si fuera poco, concepción desde el pico
de los pájaros. ¡Qué tipo de familia es esta! ¿Pero cómo encaja esto con las
manifestaciones contra el divorcio y toda la retahíla de invasiones callejeras
protestando contra cualquier cambio en la legislación que hace referencia a la
familia? ¡Qué locura para mi pobre mente! ¡Qué manera de perturbar la paz, que
droga tan dura, qué revuelto de sustancias…!
Y
todo ello explicado, dirigido y aplicado por padres que no saben nada de
paternidad, que no practican -al menos en público- ni se jalan un rosco, y que
ordenan su vida sin ninguna de las preocupaciones ni de las satisfacciones que
proporciona una familia. Como si yo dirigiera la manera de cazar arañas en la
selva amazónica.
Coño,
prediquen el amor y la solidaridad, amplíen las libertades y no las restrinjan
con el miedo del pecado, desenmascaren la hipocresía de muchos de sus
benefactores que se benefician a muchas de sus fámulas, impulsen la vida y no
la sometan al temor del castigo. Y no se metan en lo que no conocen, por favor.
Dejen vivir y bendigan el amor.
Inevitablemente
tengo que rescatar de mis anaqueles un viejo poema que dediqué a uno de los
últimos papas; él también ponía empeño en controlar lo que no conocía en el
sube y baja del día a día.
Hoy
se destaca en todos los diarios / -página uno entera- / la enfermedad del Papa,
/ el Santo Padre en jerga del cristiano. // ¡Y yo que me creía que los padres,
/ por el hecho de serlo, / eran personas santas! // ¿Cómo, si no, los hijos /
que vuelven a las tantas de la noche, / guiados por las luces temblorosas / de
un vaso de ginebra de garrafa, / y con el peso del futuro a cuestas / incierto
como el alba? / Por ejemplo. // ¿Acaso tiene hijos ese padre? // Dicen que sus
arrugas / acumulan los años de trabajo / de múltiples viajes. // Nunca, que yo
haya visto, / viajó en autocares del Imserso, / ni esperó en la consulta
abarrotada / del centro de Insalud. / Sus médicos -son muchos- / lo cuidan y lo
exploran cada día, / todo el mundo suplica al dios eterno / por su alma y su
salud. / El Padre Eterno, en tanto, le promete / vivir en la otra vida
eternamente. // ¿Qué más quiere el paciente? / Todo en él es eterno. // Todos
los otros viejos se molestan / porque ellos no concitan / la urgencia en la
consulta. // Cúrese pronto, padre, / que la cola es muy larga / y la espera es
cansada. // ¿Entendido? / Pues eso.
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