Tengo muchas ganas de que mi nieta, Sara, rompa por fin a leer. Sé que
no tiene edad para ello y que lo mejor es que todo vaya por su cauce natural,
pero tengo muchas ganas. Cuando lo consiga, y será pronto, podrá leerme cosas y
descubrirá algo de lo que yo le he guardado para ella especialmente. Estoy
seguro de que después me lo devolverá todo con intereses altos, para mi
contento y mi satisfacción.
Hoy le guardo un cuento breve que ella identificará y no tardará
demasiado en interpretar con corrección:
“En una pequeña ciudad de provincias, vivía una joven hermosa a la que
la vida le sonreía en casi todo lo que hacía. Pero un día se cansó de su
situación y empezó a sentir el aburrimiento y el deseo de salir a conocer el
mundo porque soñó que en otros lugares se hallaban tesoros escondidos para
ella.
Soñó que viajaba a una gran ciudad y que allí, en un lugar muy
conocido, le esperaba un tesoro que estaba reservado para ella, para que ella
lo descubriera y lo gozara. Pronto empezó a descuidar sus aficiones y solo
vivía obsesionada por la conquista de ese mundo soñado.
Un día cualquiera salió de casa. Subió al primer tren y se marchó lejos,
hacia esa gran ciudad. Cuando llegó, se sintió deslumbrada por todo lo que iba
descubriendo. Parecía todo aquello un mar de luz y de personas, los escaparates
la deslumbraban y los carteles que veía por todas partes le anunciaban
acontecimientos que ella jamás había ni sospechado.
El tesoro era todo aquello y la joven se sintió contenta y satisfecha.
Se aposentó en una casa céntrica y todos los días salía a las calles para
dejarse invadir de las nuevas sensaciones. El tiempo se le iba en ver y ver y
ver más cosas. Así transcurrieron varias semanas sin que ella notara el paso
del tiempo.
Fue una tarde, cuando el sol se despedía y los últimos rayos enrojecían
el horizonte. Al cruzar un paso subterráneo, se topó con un hombre que pedía
limosna mientras rasgaba deficientemente las cuerdas de una guitarra. La joven
se paró un momento, escuchó la canción hasta el fin y depositó en el recipiente
una moneda. Cuando se disponía a alejarse, el hombre le hizo una señal para
darle las gracias. Algo extraño debió de notar en la joven porque enseguida le
preguntó por su procedencia y por sus ocupaciones. La joven le contestó con
sencillez y sin ocultarle nada de su aventura.
El hombre entonces la invitó a escucharle. Su historia era muy
sencilla. Desde hacía varios años buscaba la ocasión de marcharse de la gran
ciudad para intentar encontrarse a sí mismo en una vida más sencilla lejos del
ruido y de los destellos de la urbe. Todavía no lo había conseguido pero cada día
lo deseaba más.
Solo fueron cinco minutos pero para la joven resultaron suficientes. El
resto del día lo pasó en su residencia, sin ninguna gana de salir a la calle. A
la mañana siguiente subió al mismo tren que la había traído a la ciudad. A las
tres horas estaba de nuevo en su casa.
El viaje de ida y vuelta había servido para entender que el tesoro con
el que había soñado lo tenía más cerca de lo que pensaba, lo poseía ella misma,
estaba en su interior, en su propia persona. Desde entonces viaja a diario al
interior de sí misma y descubre tesoros escondidos con los que se siente
satisfecha. Cuando le hablan de sucesos extraordinarios lejos de sí misma, se
queda pensativa y sonríe”.
No sé si Sara dormirá tranquila; yo sí, después de habérselo contado.
1 comentario:
Realmente el secreto de la felicidad esta en nuestro interior.
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