jueves, 26 de diciembre de 2013

EL MEJOR CUENTO DE NAVIDAD


Era la víspera de Nochebuena. Del cielo caía una lluvia fina, como si quisiera limpiar cualquier mancha que el campo tuviera y dejarlo blanco y cristalino para que en su seno llegara la luz a cuajar en el rocío y en la armonía de la Navidad. La luz de las farolas era tenue en la incipiente noche y un aire molesto desaconsejaba caminar por las estrechas calles de la pequeña ciudad.
Al final de la calle, bajo un soportal con arcos muy sólidos, se había programado la lectura de villancicos para celebrar la llegada de la Navidad y para recordar algunas de las más bellas palabras que los escritores habían imaginado acerca de este hecho y de lo que simbolizaba el solsticio de invierno y el crecimiento de la luz de nuevo. De los más distantes lugares habían llegado a la pequeña ciudad muchas personas para pasar unos días en compañía de sus seres más queridos, en una costumbre que se repetía desde siempre.
Habían dado las ocho y apenas habían acudido curiosos a la llamada de la palabra y de la música. Resultaba difícil de entender por qué tanta gente se acumulaba en las tiendas de las compras y de los regalos, o acaso en sus casas oyendo y mirando el televisor, y no se había interesado por la armonía de la palabra y de la música.
La lectura de los villancicos literarios comenzó, y lo hizo como contrapunto a las ventas de El Corte Inglés. Allí el ambiente era más familiar y acogedor.
Se propusieron dejar la imaginación en el doble camino de lo religioso y de lo humano: de lo religioso para los creyentes y de lo humano para los menos creyentes. Por eso, aparecieron por las esquinas enseguida el Niño y María, José y los pastores…; pero también, cualquier niño pequeño conocido y acaso presente, su familia real y sus amigos, los elementos de la naturaleza, los ingredientes de la convivencia, y muchos de los detalles que componen la presencia de un ser pequeño y tierno en cualquier comunidad.
Y sonaron los acordes acordados de la música, y surgieron las palabras, y vinieron del pasado los poetas para dejar sus versos, y se posó el silencio en el sonido más sereno y verdadero, y el ritmo se hizo lento, y se callaron el viento y la lluvia que caía en las calles y tejados, y el tiempo se alargó hasta perder sus límites, y el espacio se diluyó, y todos se sintieron acogidos y a gusto en el ambiente.
Lope, Góngora, Luis Rosales, Pedro María Casaldáliga, Miguel Hernández, Juan Ramón, Lorca… Todos vinieron a quedarse por un rato con los presentes y a atizar con sus voces el sentido de esos momentos en los que dejan de regir por un rato las leyes del comercio y de las prisas. A veces las palabras sonaban a cantos de alabanza, a veces dejaban unas notas de protesta serena, a veces la ternura era la reina, y siempre la bondad y la alegría por la luz y la vida.
El tiempo se les fue sin saber cómo y el rato se hizo largo en el reloj. La música sonaba suavemente al ritmo elemental de la palabra.
Era tiempo bastante el prestado al misterio y al silencio. La lectura acababa en palabras de nana y de ternura. En la esquina derecha de la pequeña sala, una niña seguía el silencio sin saber las razones que allí la llevaban. Sus ojos eran luces intensas, sorprendidas, mirando sorprendida lo que se le dictaba. La nana se hizo paso para ella y su mirada: “Duérmete niña mía, / flor de mi sangre, / lucero custodiado, / luz caminante. (… // Tendrá el sueño en tus ojos / sitio bastante; / duerme, recién nacida, / pan de mi carne, / lucero custodiado, / luz caminante, / duerme, que calle el viento, / dile que calle.”
Y se rompió el silencio y la niña se acercó a las palabras para darle a su abuelo un beso de gracias. Después, de vuelta a casa, el abuelo pidió de la niña respuesta al sentido  de aquellas palabras.

Abuelo, le dijo, mirándole tierna: eres el mejor contador de cuentos. Los dos se fundieron en un fuerte abrazo, como en otro cuento de amor y de hadas.

1 comentario:

mojadopapel dijo...

Tuviste la suerte de disfrutar de Sara ....sentí no poder estar Antonio, pero ser anfitriona y no disponer del don de la ubicuidad impidió asistir a una lectura que estoy segura me hubiera encantado.Felices fiestas!