miércoles, 24 de diciembre de 2014

DÍAS DE PAZ. PELILLOS A LA MAR


Acaba de producirse el solsticio de invierno. La luz quiere reivindicarse. El año se cierra con la apertura de un impulso nuevo y con los deseos mostrencos pero necesarios de mejora en todos los sentidos.
Una de las palabras que más se repite es la de PAZ. No me parece mal que así sea: todos necesitamos parar, resollar, respirar hondo y volver a coger ritmo y marcha. Los brindis suelen simbolizar precisamente eso. Y en la convivencia diaria, tan difícil incluso llevándose razonablemente bien, estos actos deberían ser seña de cada ser en su comportamiento social.
Pero la paz se propicia y se alcanza en muy diversos niveles. Se intenta en la persona consigo misma, se cocina con las personas más próximas, se simboliza con las más lejanas y se articula en acuerdos con las que no nos rozan pero sabemos que andan por el mundo.
A mí me interesan un poco más los dos niveles extremos. Por alcanzar la paz en ellos quisiera echar un brindis de fiesta y de deseo.
El primero es el que me concierne directamente, el que se cuece entre yo mismo y mi otro yo, ese que siempre va conmigo. Brindo, por tanto, por ir hacia adentro; por intentar conocerme algo más; porque sepa delimitar lo que depende de mí y aquello que no está en mis manos; porque sepa resignarme y hasta complacerme en las leyes de la naturaleza, que me superan, que me acogen pero que seguirán rigiendo también cuando yo me vaya; y para que no entienda mal la paz, sino que la traduzca en “paz con los hombres y en guerra con mis entrañas”; para que la serenidad no me adormezca y no me vele todo lo que me rodea y me conforma. ¡Hay tanto que aprender y que gozar…!
En el segundo, disparo por elevación y convierto mis deseos en plegaria. Lo digo con seriedad aunque pueda parecer que es un disparate o una irónica salida de tono. Pedir no cuesta mucho. Ahí va mi deseo y por él levanto mi copa. ¿Por qué los dioses no se ponen de acuerdo y firman la paz? No vayamos muy lejos; quedémonos aquí, con el dios de occidente, con ese al que llaman, como a todos los demás, dios único y dios de dioses. Dicen que tuvo una lucha con unos ángeles rebeldes. Desde entonces nos fustigan con el miedo de un castigo eterno en un infierno que esconden el algún subterráneo muy profundo. Pero, por dios, dioses y ángeles, ¿no podéis dejar ya las rencillas, sentaros a una mesa, brindar por el futuro y echar pelillos a la mar? ¿Hasta cuándo han de durar vuestras reyertas? Que, como esto sea eterno, ya me contaréis qué vamos a hacer siempre con mala cara, asustándonos, dándonos mamporros y atemorizando al personal. Esto, para el nivel de un dios o de un ángel, no debería ser nada, una minucia solamente. Y, hombre, un dios rencoroso… se entiende muy mal. Pero si esto, si me apuráis, los humanos lo salvamos con relativa normalidad: primero no nos miramos, a la semana nos echamos una ojeada y al mes ya tomamos un vino juntos o hablamos del tiempo en el ascensor. ¿No veis que nos tenéis a todos en un puño, como muñecos de feria o como saco en el que descargáis vuestros golpes de boxeo? Venga, dioses y ángeles, que un fallo lo tiene cualquiera y esta situación no se puede mantener todo el tiempo de dioses o de ángeles. ¿Quién de nosotros no va a estar dispuesto a la paz si hay promesa de feliz vida eterna? El diablo lo tiene jodido ciertamente. Y, sin embargo, mira tú por dónde, ahí dicen que sigue erre que erre. Venga, vaya un brindis celestial y todos felices y contentos. Ah, y otro tanto entre dioses rivales, que nos tenéis el mundo hecho unos zorros con tanta guerra, tanta muerte y tanto talibán. Echadlo a suertes aunque sea o repartíos el asunto por semanas o por meses. Pero no andéis a guantazos, coño, que esto no hay quien lo entienda.
Tengo para mí -iluso- que, arreglado este pequeño contratiempo entre vosotros (y el otro de mí conmigo mismo), todo lo demás vendría un poco rodado: unos dioses como dios manda no pueden permitir que los demás, los simples mortales, no se paren, cuenten hasta diez y se pongan de nuevo a buscar el bien común. Y ahí ya podrían caber todos los demás brindis que por el mundo y por las redes se dejan oír durante todos estos días de fiesta y los demás del año.
Yo creo que no es mucho pedir. O acaso sí. Dios sabe si no será una tontería o, en forma más fina, una boutade. Yo, por si acaso, dejo el brindis ahí.


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