sábado, 20 de diciembre de 2014

EN LA LECTURA


Sí, desde dentro, desde el cara a cara del autor y del lector, desde la conversación amistosa entre alguien que ha pensado y alguien que también quiere pensar.
No quiero hacer teoría literaria, pero sí recordarme y recordar que también aquí hay un acto de comunicación y, en él, un emisor y un receptor. Y no es malo conocer las debilidades del emisor para poder así amistosamente buscarle las vueltas y entenderlo mejor y entenderse mejor entre ambos.
Es verdad que estas navidades yo puedo elegir un libro de mi biblioteca y sentarme a leerlo sin previo aviso. Entonces me daré de bruces con un atadijo de hojas que son el resultado de un proceso. Y ese proceso no se entiende sin el autor.
En realidad no es del todo verdad porque, en mi almacén mental, seguro que hay alguna nota escondida que me ambiente y me dé contexto para no encontrarme a la intemperie y sin el más mínimo escudo. No siempre ocurre, pero es lo más frecuente.
Lo malo es que hay varias y hasta muchas clases de autor que puedo considerar en cualquier libro. Ahí está el autor persona, ese que se levanta, que tiene sueño, que no llega a fin de mes, que tiene una vida ajustada o desajustada…, el autor ciudadano como yo. Como mínimo tengo que comprenderlo y hasta disculparlo de muchos asuntos.
A su lado aparece el autor, pero ahora autor del libro que leo, aquel que se encerró e ideó las palabras y las ideas. Con este ya me puedo pegar más, o saludarlo, o abrazarlo, según vea el ambiente.
Pero nunca está solo porque también puede aparecer como personaje real o implícito de la obra. En esos casos tiene que desdoblarse y a mí me gusta verlo retorcerse para no quedar en evidencia como persona externa. Porque todos tenemos pudores y no es fácil dejarse llevar por lo que pide el personaje sin olvidar que es trasunto directo o indirecto de la persona. Esta es una función delicadísima pero muy atractiva.
A pesar de que el escritor persona siempre deja huella en la obra, no es lo mismo un contador de historias que aparece como otro contemplador de las mismas como alguien que se las sabe todas que como un participante activo. Aquí tiene todas las de ganar ante mí como asistente novato y primerizo ante lo que sucede.
Y todavía pulula por la obra el autor que la rodea, aquel que es dueño de lo que antes era nada, que puede firmar la autoría, que cualquier día igual me lo encuentro por la calle y lo saludo, y tal vez hasta le haga alguna indicación amistosa.
Son muchos los autores resumidos en uno solo, encajados en una gran muñeca rusa que los acoge y los envuelve. Con todos es bueno dialogar para que la lectura sea más jugosa y provechosa. Pero sobre todo con el libro y con sus elementos, con lo que nos ofrece y con lo que nosotros le podemos ofrecer al libro.
Ah, y, si uno se hace un lío con tanto autor en uno, pues se dejan de lado y se abre la primera página y se deja uno llevar por la corriente. Tal vez el baño no sea tan sustancioso, pero siempre saldremos de él más relajados y fresquitos.

Las vacaciones no son mal momento para intentarlo.

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