¿Quién me enseñó a ser padre? ¿Y a ti? Piénsalo con
calma, no te precipites. Aunque con atenuantes y variantes, convendrás conmigo
en que aprendiste siéndolo. Arrancaste en los meses del embarazo e hiciste los
cursos de doctorado cuando compartías las necesidades y los deseos de tus
hijos. Piénsalo y verás cómo se te vienen a la mente imágenes de todo tipo y
escenas de toda clase. En los exámenes, unas veces alcanzaste el aprobado, tal
vez alguna vez tuviste que repetir la prueba y en otras ocasiones tremolaste la
bandera del sobresaliente. Pero título escrito y firmado por el rey, lo que se
dice título, no lo tienes y no lo puedes enmarcar para enseñárselo a tus
amigos. Pues fíjate, todo el mundo puede ser padre o madre.
En la pared de la habitación en la que escribo, hay
colgados cuatro papeles de color con esa firma oficial, cuatro títulos
universitarios. ¿Quieres que te confiese una cosa? Cuando terminé mi primera
carrera en realidad sabía muy poco: me faltaba casi toda la riqueza de la
teoría y todo el tesoro de la práctica. Y eso que el expediente de notas no era
ni es precisamente muy malo. Pobre de mí si no me hubiera enriquecido y si no
hubiera aumentado mi caudal con el estudio, con las lecturas y sobre todo con
la práctica profesional. Imagínate qué puede suceder con los profesionales que
se hayan quedado estancados en el título y no hayan seguido creciendo en la
práctica. Lo peor de todo es que andarán por ahí sacando pecho y exigiendo
prebendas desde la exhibición del título de papel. Pobrecitos.
Te confesaré algo que seguramente ya conoces. ¿Sabes
que hay más intrusismo del que parece y que hay mucha gente ejerciendo en
profesiones liberales con títulos falsificados? Si los pillan no te creas que
es siempre por mala práctica sino porque administrativamente no encajan los
títulos y aquello termina oliendo mal. ¡Administrativamente, no porque maten a
los enfermos, que es lo que, en lógica, tendría que suceder! Ahí tienes a
muchos médicos, o al pequeño Nicolás sin ir más lejos.
Pero es que vivimos en una sociedad en la que el
título se ha vuelto imprescindible si uno quiere sobrevivir. El título lo
necesitamos para dos cosas sobre todo. Con él tenemos acceso a la posibilidad
de entrar en el circuito laboral, circuito en el que poder después realmente
aprender con la práctica; y, en muchos más casos, para abrirnos puertas
administrativas y sociales. Con el título en la mano ya parece que llueve menos
y que las élites pueden dejarnos sentar a la mesa con ellos.
Todo esto por hablar de títulos académicos y no hacer
salir a escena los títulos de otro tipo, por ejemplo los nobiliarios. En estos
sí que la herencia no alcanza ni siquiera la altura de la lotería, pues del
azar de la lotería podemos participar todos (sobre todo si Antonio el del bar
nos deja un décimo olvidado y nos lo ofrece premiado), pero a la herencia del
título nobiliario solo se aproxima el producto azaroso de un desahogo hormonal en
un lugar y en un espacio concretos.
Parece que algo en lo que podremos coincidir es en que
el verdadero título es el que se adquiere con la buena práctica y no con el
examen de un día ni con la suerte de pertenencia a una familia. Y, sin embargo,
cada vez cuadriculamos más la vida en títulos y titulitis. Hace no mucho me
encontré con el anuncio de un título de Personal
shopper, eso que entendí, con un poco de guasa, como ir a buscar el pan a
la panadería o a la tienda, algo que yo hacía en mi pueblo desde que tenía
cinco años, sin que nadie me hubiera dado título para ello sino la práctica.
Y es que, aunque el título se haya conseguido en buena
lid, con expediente aseado y con curiosidad por aprender, el buen profesional
sabe que todo saber es parcial y que siempre está aprendiendo. Lo mismo que
todo cliente del poseedor de un título debería saber que va a pillar a ese
profesional en un punto determinado de su recorrido profesional y de plenitud o
de carencia de sabiduría. Es inevitable. Por eso convendría no fiarse del todo
de ningún profesional y arrimar de nuestra cosecha un poquito de
responsabilidad en la formación, en la curación o en cualquier otro apartado de
nuestro desarrollo físico y vital.
Solo la vida prepara para la vida. ¿Qué otra cosa
podría hacerlo?
Por cierto, hoy los títulos se alcanzan a base de
créditos. Y crédito tiene que ver con Crédere, Creer. Algo o mucho de creencia
hay en todo esto de los títulos y del afán de papeleo oficial. Y en el mundo de
la creencia ya nos podemos resbalar con cualquier hielo.
Pensarás que de aquí se puede extraer cierta desgana
para estudiar. Nada más lejos de mi intención. Sobre todo cuando estudio
significa afición, afán, curiosidad, deseo de mejora y gusto por la verdad y
por la ayuda a los demás. Pero no sé si es a eso a lo que realmente nos lleva
el expediente académico y el título.
Mañana lo pensamos.
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