jueves, 18 de diciembre de 2014

TITULITIS


¿Quién me enseñó a ser padre? ¿Y a ti? Piénsalo con calma, no te precipites. Aunque con atenuantes y variantes, convendrás conmigo en que aprendiste siéndolo. Arrancaste en los meses del embarazo e hiciste los cursos de doctorado cuando compartías las necesidades y los deseos de tus hijos. Piénsalo y verás cómo se te vienen a la mente imágenes de todo tipo y escenas de toda clase. En los exámenes, unas veces alcanzaste el aprobado, tal vez alguna vez tuviste que repetir la prueba y en otras ocasiones tremolaste la bandera del sobresaliente. Pero título escrito y firmado por el rey, lo que se dice título, no lo tienes y no lo puedes enmarcar para enseñárselo a tus amigos. Pues fíjate, todo el mundo puede ser padre o madre.
En la pared de la habitación en la que escribo, hay colgados cuatro papeles de color con esa firma oficial, cuatro títulos universitarios. ¿Quieres que te confiese una cosa? Cuando terminé mi primera carrera en realidad sabía muy poco: me faltaba casi toda la riqueza de la teoría y todo el tesoro de la práctica. Y eso que el expediente de notas no era ni es precisamente muy malo. Pobre de mí si no me hubiera enriquecido y si no hubiera aumentado mi caudal con el estudio, con las lecturas y sobre todo con la práctica profesional. Imagínate qué puede suceder con los profesionales que se hayan quedado estancados en el título y no hayan seguido creciendo en la práctica. Lo peor de todo es que andarán por ahí sacando pecho y exigiendo prebendas desde la exhibición del título de papel. Pobrecitos.
Te confesaré algo que seguramente ya conoces. ¿Sabes que hay más intrusismo del que parece y que hay mucha gente ejerciendo en profesiones liberales con títulos falsificados? Si los pillan no te creas que es siempre por mala práctica sino porque administrativamente no encajan los títulos y aquello termina oliendo mal. ¡Administrativamente, no porque maten a los enfermos, que es lo que, en lógica, tendría que suceder! Ahí tienes a muchos médicos, o al pequeño Nicolás sin ir más lejos.
Pero es que vivimos en una sociedad en la que el título se ha vuelto imprescindible si uno quiere sobrevivir. El título lo necesitamos para dos cosas sobre todo. Con él tenemos acceso a la posibilidad de entrar en el circuito laboral, circuito en el que poder después realmente aprender con la práctica; y, en muchos más casos, para abrirnos puertas administrativas y sociales. Con el título en la mano ya parece que llueve menos y que las élites pueden dejarnos sentar a la mesa con ellos.
Todo esto por hablar de títulos académicos y no hacer salir a escena los títulos de otro tipo, por ejemplo los nobiliarios. En estos sí que la herencia no alcanza ni siquiera la altura de la lotería, pues del azar de la lotería podemos participar todos (sobre todo si Antonio el del bar nos deja un décimo olvidado y nos lo ofrece premiado), pero a la herencia del título nobiliario solo se aproxima el producto azaroso de un desahogo hormonal en un lugar y en un espacio concretos.
Parece que algo en lo que podremos coincidir es en que el verdadero título es el que se adquiere con la buena práctica y no con el examen de un día ni con la suerte de pertenencia a una familia. Y, sin embargo, cada vez cuadriculamos más la vida en títulos y titulitis. Hace no mucho me encontré con el anuncio de un título de Personal shopper, eso que entendí, con un poco de guasa, como ir a buscar el pan a la panadería o a la tienda, algo que yo hacía en mi pueblo desde que tenía cinco años, sin que nadie me hubiera dado título para ello sino la práctica.
Y es que, aunque el título se haya conseguido en buena lid, con expediente aseado y con curiosidad por aprender, el buen profesional sabe que todo saber es parcial y que siempre está aprendiendo. Lo mismo que todo cliente del poseedor de un título debería saber que va a pillar a ese profesional en un punto determinado de su recorrido profesional y de plenitud o de carencia de sabiduría. Es inevitable. Por eso convendría no fiarse del todo de ningún profesional y arrimar de nuestra cosecha un poquito de responsabilidad en la formación, en la curación o en cualquier otro apartado de nuestro desarrollo físico y vital.
Solo la vida prepara para la vida. ¿Qué otra cosa podría hacerlo?
Por cierto, hoy los títulos se alcanzan a base de créditos. Y crédito tiene que ver con Crédere, Creer. Algo o mucho de creencia hay en todo esto de los títulos y del afán de papeleo oficial. Y en el mundo de la creencia ya nos podemos resbalar con cualquier hielo.
Pensarás que de aquí se puede extraer cierta desgana para estudiar. Nada más lejos de mi intención. Sobre todo cuando estudio significa afición, afán, curiosidad, deseo de mejora y gusto por la verdad y por la ayuda a los demás. Pero no sé si es a eso a lo que realmente nos lleva el expediente académico y el título.

Mañana lo pensamos.

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