Las enseñanzas y las opiniones de Sócrates nos han
llegado a través de los textos de Platón, su discípulo. El método del maestro,
sin embargo, se desarrollaba por medio de la conversación, del diálogo; a
través de ellos iba encaminando a su interlocutor hasta la consecuencia buscada
y hallada en la lógica del razonamiento. En alguna ocasión (diálogo Fedro)
mostró su desconfianza en los libros, en su comparación con el poder de la
conversación.
Ando inmerso en la lectura del libro que hace el
número 95 en lo que va de año. Cualquier día de estos anotaré la lista en esta
ventana y así se mantendrá para mi recuerdo. Ahora no me importa analizar si
son muchos o pocos, ni tampoco la posible calidad de los mismos. Me paro a
pensar en el valor de la palabra escrita frente (o al lado) de la palabra
hablada, esa que se vierte como una fuente clara en una conversación. Y he de
reconocer que tampoco en este campo aro con surco derecho, porque encuentro
argumentos a favor y en contra de ambas modalidades. Entre otras cosas porque
también la lectura representa un diálogo con el escritor y conmigo mismo.
La escritura (y la posterior lectura), en principio,
representan el resultado de un proceso, es un producto elaborado en el trabajo
sosegado o tormentoso del creador. El lector lo recibe, lo describe, lo
entiende, lo comprende, lo aprueba o lo rechaza, reacciona ante él…; pero
siempre desde una visión estática, a no ser que se trate de un lector muy
aventajado que obligue a responder al autor en ausencia; es como si nos
ofrecieran un cocido completo pero sin poder haber asistido al tiempo de cocción.
El tiempo de cocción es el de la conversación, porque en él podemos añadir
ingredientes o racionar las especias o el tiempo de cocido.
Parecería, de entrada, más rico el procedimiento de la
lengua hablada, de la conversación, del diálogo. Pero en el asunto se abren muchas
ramificaciones y lo tornan más complicado y menos justiciero de lo que podría
parecer. Un par de ellas a modo de ejemplo.
1.- ¿Qué habría sido de las ideas de Sócrates, de sus
pensamientos y de sus métodos de enseñanza si no hubiera sido porque se han
recogido en forma de escrito en las obras de Platón? ¿Y con todo lo que es
pasado, que conforma el presente y lo explica? Qué desgracia si nos hubiéramos
privado de los pensamientos de tantos filósofos, de tantos poetas, de tantos músicos,
de tantos científicos, de tantas personas de sentido común como en el mundo han
sido (a pesar de los versos del maestro fray Luis).
2.- Los métodos de vida actuales y nuestras prisas
continuadas, en una lucha perdida de antemano contra el tiempo, dificultan
mucho la reflexión, el tiempo en calma, el dejarse llevar, el pensar por
pensar. Y ello tanto para la palabra hablada como para la palabra escrita. Hablamos
mucho menos con nuestros allegados y leemos menos, o lo hacemos a destiempo y
a la carrera.
Hemos optado por tener cosas en lugar de por tener
tiempo. Y es el tiempo el que nos da la posibilidad de la conversación y de la
lectura. Por eso, si alguien quiere hacer un buen regalo o una inversión
productiva, por favor, que done tiempo o que invierta en la compra de tiempo
libre. Solo desde él se podrá reflexionar y predisponerse para un diálogo
fluido, con las personas o con la escritura. Y entonces aparecerán realmente las
personas, el yo y el tú, el yo y el nosotros, el yo y el todos vosotros, el yo
y el autor, el yo y el creador, el yo y el protagonista del escrito, el yo y el
dialogante interno y externo… Y, si conversamos con la palabra hablada y sin máscaras,
acaso también se superarán muchos malos entendidos y aparecerá otra escala de
valores un poco más decente y menos torpe y egoísta.
No hay, pues, renuncia a ninguna de las dos
modalidades, y sí una invitación a una mezcla inteligente y provechosa. Acaso
la buena lectura no sea otra cosa que seguir haciendo buena conversación aunque
con otros medios.
Claro que “quien habla solo espera hablar a Dios un día…”
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