Unos cuantos flashes de un viaje a Barcelona: El paso
por Ávila sin que mis manos alcanzaran a abrazar a mis nietos desde la
circunvalación. La acogida de mi familia en Madrid. La siempre repetida imagen
de Atocha con todos sus simbolismos. La fuga lenta y progresiva del AVE de la
ciudad hacia la noche de la meseta. El pensamiento puesto en Juan Pablo, que
aguardaba nuestra visita. Algunos pensamientos personales en el viaje veloz del
tren. El foco luminoso de la ciudad de Zaragoza en el fondo de la noche. El
abrazo alegre con nuestro hijo. La sensación de cierta vejez en el metro de
Barcelona. La alegría de ver contento y casi feliz a nuestro hijo en su
estancia trimestral en Barcelona. La agradable sensación de las calles de
Barcelona como ciudad sólida y abierta. Alguna llamada de teléfono. Todo el Gaudí modernista y la Sagrada
Familia como monumento eterno y celestial (las sensaciones luminosas,
religiosas, arquitectónicas y hasta sociales son casi indescriptibles). La
primera subida al Parque Güell como ejemplo de los lugares desde los que se
domina la ciudad y como jardines equilibrados y especiales. La sensación de
ciudad cosmopolita durante todos los días. El mar, la modernidad, la eficacia y
don Quijote en la playa de Barcino. La ciudad `abanderada´ por todas partes
como muestra de protesta social que tantas variables y respuestas encontradas comporta.
La parte antigua, sólida, cosmopolita y eco de la historia. La normalidad en el
trato entre personas, a pesar de toda la simbología. El sabor específico de las
Ramblas, mezcla de tradición y de modernidad. El equilibrio en el Parque de
Montjuic. La sensación de dominio del mar y del territorio desde su castillo.
El poder económico del puerto. El valor del paisaje y del clima mediterráneo
mezclado con la bendición de la lluvia suficiente. La metrópoli y sus
extensiones en las ciudades próximas. La `aventura´ en el tren hacia Sabadell.
El reencuentro con algunos familiares. La majestad del Tibidabo, con la llanura
a los pies. El paisaje simbólico con Monserrat a la espalda. La extraña mezcla
de política, lenguas y territorios. Las conversaciones y paseos con nuestro
hijo por encima de todo. Algún sentido oculto de que esa tierra tiene algo
distinto. La sensación de desolación por el desencuentro en el que todos nos
encontramos. La proximidad de lenguas hermanas. El fuerte abrazo de despedida a
Juan Pablo hasta las navidades. El episodio del AVE antes de embarcar. La
imagen del tren persiguiendo la última luz de la tarde y su derrota ante la
noche. Otra vez mi hermana en Madrid, tan atenta como siempre. El paso por
Ávila y el desconsuelo por no parar a besar a nuestros nietos porque la hora
tardía no lo aconsejaba. La llegada a los parámetros de cada día en Béjar. La
sensación general de un conjunto de elementos físicos y emocionales que dan una
suma muy positiva, con algunos ribetes de cierto desconsuelo. Y este mismo
índice de recuerdos repetidos cuando escribo estas líneas. El desarrollo del
índice no es posible en pocas líneas. Qué le vamos a hacer.
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