viernes, 19 de diciembre de 2014

TITULITIS (II)



De vuelta al engordamiento de los títulos: -itis = engorde, exageración, inflamación…
Hoy los títulos se componen y se conforman con una suma de créditos, que tienen procedencia muchas veces extraña y estrafalaria: no es raro encontrarse con alguien que completó su grado de Derecho con algún crédito de hípica, por ejemplo. En este plan, el asunto de la creencia se debilita, y la variedad se convierte en esnobismo y en tontería simplemente.
Pero el caso es que el que resiste vence, y no hay como aguantar y presentarse alguna vez más a cualquier examen para terminar un día cualquiera con un título  oficial entre las manos. Y, una vez conseguidos, todos valen lo mismo. Igual da el del alumno aplicado, curioso, atento, trabajador, constante en el esfuerzo…,  que el que lo recogió casi porque pasaba por allí.
El acceso a la cultura no es exactamente lo mismo que el acceso al título. A veces parecen casi sucesos contradictorios. ¿Quién no conoce a gente cargada de títulos y a la vez incapacitada mental y socialmente? ¡Y cuánta gente sin título razona con precisión, curiosea, piensa y ofrece argumentos sólidos!
Aún se ofrecen otras variables que empeoran el panorama en el asunto de los títulos. Es un pequeño esquema en el que he reflexionado ya en alguna ocasión. Se me ofrece esquemáticamente así:
a)      Supongamos que todo el mundo tiene las mismas oportunidades para acceder a los estudios que faciliten como colofón la obtención de un título oficial. Es mucho suponer, pero sea.
b)      Supongamos que el grueso del alumnado se comporta en esfuerzo de manera homogénea, lo cual es mucho suponer.
c)      Demos por hecho que las distintas capacidades producen expedientes distintos y que estos nos dan índice de quién está un poco mejor y un poco peor preparado.
d)      ¿De aquí se extrae la evidencia de que la sociedad “coloca” a cada uno, según su capacidad, en los puestos adecuados? No parece si extendemos la vista por ahí y describimos los desajustes que se producen entre gente bruta forrada y gente inteligente sin actividad o con actividad poco cualificada.
e)      Si, a pesar de todo, se cumplen correctamente los apartados anteriores, ¿qué otra cosa haremos sino reproducir el sistema injusto y desigual en el que vivimos, con todas sus injusticias, aristas y carencias?
El asunto parece, por tanto, algo más complejo, y tal vez hay que indagar en otros predios y en otras variables que nos puedan dar unos resultados más sólidos y permanentes.
Ordenar la enseñanza y la educación de otra manera acaso implique reconsiderar nuestra escala de valores y participar de nuevo todos en su mejora. No es fácil.
No está claro que todos tengamos que ser universitarios, sin que por ello tengamos que renunciar ni a la curiosidad de la formación permanente ni a la dignidad de todos por el hecho de ser personas. El acceso que los títulos nos pudieran dar al mercado y a la acomodación social habrá que completarlo y hasta suplirlo por otros elementos de eficacia, competencia, etc.
Pero esto exige una nueva escala de valores, una sociedad nueva. Y eso parece un plato con mucha comida. Y nos da miedo a la indigestión. Incluso en Navidad.

Claro que, a la vista de todos los que se excluyen a la primera ocasión del esfuerzo y del gozo de la educación, tampoco nos puede extrañar demasiado que aparezcan los que exhiben el título como sinónimo de esfuerzo y, por tanto, de exigencia de algún privilegio. Los que a la primera de cambio se dejan ir y se apartan, nos estropean a todos las ganas del cambio y la ilusión de algo nuevo y distinto. Es pobre el argumento, pero es. Como es mísero todo el mundo burocrático comparado con la satisfacción que producen el conocimiento, la curiosidad, la presencia constante del porqué de las cosas, la educación permanente que no se jubila nunca y el saber que cuanto más se sabe más queda por conocer y por degustar. Ahí está el mejor título.

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